Capítulo 22

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Dedicado a @CarlaAndreaCisternas. Feliz cumpleaños :)


POV TRISH

Escuché un clic y fue como si todo a mi alrededor hubiera encajado en su lugar. A pesar del miedo que sentía a estropearlo todo, el sabor de sus labios me hacía regresar a casa. Estaba en casa. Y lo entendí. No era algo externo a nosotros lo que había encajado, eran nuestros cuerpos, estaban moldeados el uno para el otro, para abrazarnos y complementarnos, para formar la figura perfecta.

Mis manos enseguida encontraron el camino hasta su nuca, hasta los mechones de su pelo, que tomaron con gentileza y enroscaron entre sus dedos. Sus brazos rodeador mi cintura y rellenaron ese hueco de mi cuerpo. Nuestros tobillos se entrelazaron, nuestros labios moviéndose con una sincronía perfecta. Las emociones más devastadoras y poderosas salieron de mi pecho, convertidas en ganas de que este momento no acabara. Uno nunca quiere abandonar su hogar.

Nada podría hacer que mis sentimientos cambiaran porque, de hecho, ese era el problema, que nunca habían cambiado y me odiaba por ello, por haberme engañado a mí misma, por haberme labrado un futuro basado en una mentira. Sí, había hecho lo que era lo mejor para mí pero a veces lo mejor no era lo que sentaba bien. Esto era lo que sentaba bien.

Por un momento se me olvidó todo: Ariel, Londres, el trabajo, Flash... su roce me había embrujado, estaba bajo su hechizo. Me había atrapado en su propia bola de nieve. Papelitos blancos nadaban a nuestra alrededor, siendo agitados por nuestros propios sentimientos. El agua nos cubría pero sus labios me proporcionaban el aire que necesitaba. Él me mantenía viva.

Y tal vez había estado seis años aferrada a esa esperanza, viviendo por ese sentimiento, esperando encontrarlo de nuevo, que nuestros caminos se volvieran a cruzar.

El dolor ya no existía, se había esfumado con el paso de los años. Todo me daba igual, me era indiferente y eso era aterrador y emocionante a la vez.

—¿Quieres volver al hotel? —jadeó, sin apenas separarse de mis labios. Solo pude asentir y dejar que me cogiera de la mano y me sacara a toda prisa de ese cementerio.

*

Los radiadores del pasillo desprendían más calor del que necesitaba. Mi cuerpo ya irradiaba suficiente por sí solo. Nos tropezábamos a cada paso mientras intentábamos andar hacia su habitación. Su cuerpo se negaba a abandonar el mío. Nos paramos delante de la puerta, su mano alrededor de su cintura.

—¿Dónde está la puta tarjeta? —masculló, desesperado.

Sonreí porque había echado de menos esas palabras, tan bastas pero con tanta personalidad. Acaricié su pelo y él se calmó al instante, palpando sus bolsillos con más tranquilidad.

Finalmente, la encontró en el bolsillo de su chaqueta de cuero y la metió en la ranura. Sus labios se curvaron en una sonrisa ladeada. Abrió la puerta con gentileza, su mano me empujó suavemente hacia dentro. Tras pasar, cerró dando un golpe y nos quedamos a oscuras. Su agitada respiración chocaba contra mi cuello, mi espalda estaba pegada a su torso. No podía ver sus labios pero sabía que estaban hinchados y enrojecidos. Culpa mía.

Sonreí cuando sentí su tímida, pero hábil mano, trazar un camino desde mi codo hasta mi mano derecha. Me producía un placentero cosquilleo. Acabó entrelazando nuestros dedos, depositando un suave beso sobre mi hombro.

—Boo —susurró en mi oído.

Giré mi cuerpo porque las ganas que tenía de él eran inaguantables. Mis manos se posaron sobre su cintura. Subieron cuidadosamente por su torso, por encima de su camiseta pero disfrutando de su calor. La oscuridad me mantenía ciega pero sabía que estaba sonriendo, podía escucharle. Llegué hasta su cuello y mis manos tocaron su piel por primera vez. Suave y erizada cuando llegué a la zona de su barba. Lo rodeé con mis manos, las puntas de mis dedos rozando el pelo de su nunca. No pude evitar hacer remolinos en algunos mechones, era inevitable. Mis labios encontraron los suyos, recordando a la perfección nuestras medidas, como si nunca se hubieran olvidado de ellas. El momento era tan dulce como el sabor a fresa que desprendía su boca y tan peligroso como el cáncer de pulmón que producía el sabor a tabaco de su lengua. Era consciente de que lo que estábamos haciendo estaba mal pero era una mezcla delirante. Era gentil y rápido. Era un gran error pero a la vez un gran placer. Era como estar cometiendo el mayor de los pecados en el mismísimo cielo.

Fast: IgnitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora