Capítulo 34.

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Karol.

—¿Entonces me dices que accionaste el gatillo en defensa propia?

El tono acusatorio es claro al hacerme la pregunta. El oficial no cree en mi, ni tampoco en mi palabra; y está comenzando a molestarme.

—Es lo que llevo diciéndole desde hace media hora —mascullo—. Fue en defensa propia.

—El hombre ya estaba abatido.

—Y me había atacado hace segundos.

—Los videos muestran que usted accionó el gatillo cuando el occiso se encontraba sin movimiento.

—Los videos también muestran que ese tipo me ataca y que ingresa a mi casa sin ninguna autorización solo para causar miedo. Creo que eso también es un punto a considerar.

—Yo soy quien hace las consideraciones, señorita Sevilla, no usted.

Mis puños se aprietan un poco. La indignación es bastante grande en este momento.

—Parece que fuera el defensor de un delincuente en lugar de una persona con valores. Creí que ustedes defendían a quienes lo necesitaban.

El suelta una pequeña risita, una de burla.

¿Por qué me trata así?

—Vas a necesitar un buen abogado sino quieres terminar por parir en una celda de alguna prisión en este país.

Ese hombre no era bueno. No lo era. Se estaba mofando de mi posible desgracia, y eso era lo peor. Los delincuentes de saco y corbata, los de cuello blanco. Esos que eran los peores, porque te mentían en la cara y fingían estar para ti. Te hacían creer que eran quienes te protegen cuando por detrás tuyo le daban la mano al delincuente. Por lo menos un delincuente te mostraba sus verdaderas intenciones desde un principio, salvo algunas excepciones. El resto no se ocultaban tanto. Y este hombre sentado frente a mí era del primer tipo. El de saco y corbata y un currículum impecable.

—Eso es todo, señorita. Puede retirarse —me insta poniéndose de pie. Yo por supuesto, copio la acción.

Me quedo unos segundos más de pie frente a él, y cuando tiende su mano en mi dirección me atrevo a dar la vuelta y no mirarlo hasta la salir de la oficina en donde era interrogada.

Maldito imbécil.

Desearía no tener que pasar por esto.

No tengo mucho ánimo de volver a casa después de todo. Artemisa está en la escuela y Ruggero no ha vuelto desde anoche, así que me encuentro demasiado sola. Lo mejor que puedo hacer es visitar a mi familia.

Mi madre es quien abre la puerta cuando toco su puerta.

—Hola, mamá —saludo cuando la tengo frente a mí—. He venido a verte.

—Karol, qué sorpresa —me sonríe—. Me hubieras dicho que saldrías más temprano del interrogatorio. Te habría buscado.

—Créeme mamá, no tenía ganas de estar en ese lugar un minuto más. Además, tengo mi autito que me trajo hasta aquí.

—¿Tu carcacha, hija? —pregunta divertida.

—Mi auto, mamá. No lo ofendas.

Suelta una suave risa antes de dejarme pasar.

—¿Ruggero no te ha llamado?

—Apenas ha pasado un día, y dudo mucho que tenga tiempo de hacerlo. Por su actitud se notaba que era algo demasiado importante en su carrera.

—Estoy segura que estarán bien. Tu amiga Sophia se ve igual de pálida que tú cada que le recuerdan que su novio no está aquí.

—¿Sophia está aquí?

DIOSA 3 | El hechizo final.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora