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Julián no entendía y había querido entender toda su vida por qué en los funerales siempre llovía. Cualquier cosa lo reconfortaría; una metáfora para alivianar el dolor o hasta excusas milagrosas que sólo convencían a un niño, como que Dios estaba regando sus plantas. Sin embargo, mientras despegaba la vista del cielo justo a tiempo para que una gota cayera en su cabello, se concientizaba de que quizá nunca tendría una respuesta.

Había muchas cosas a las que nunca nadie hallaría una respuesta. Ese era uno de los mandamientos claves si uno quería vivir en este mundo, algo que ya venía impuesto. Y también era un hecho ir en contra de este mandamiento a veces y simplemente pensar: ¿por qué? ¿por qué a mí? ¿por qué a él?

Una de las tantas frases que Julián venía escuchando y comenzaba a hartarle era la de "¿Por qué él, si era tan buena persona?" mientras que, al mismo tiempo, se la hacía a la noche y deseaba tener las fuerzas suficientes para golpear la almohada, o la pared, o romper en llanto. La realidad era que la pregunta quedaba en nada y moría al amanecer, cuando Julián recién cerraba los ojos. El duelo, desde ese punto de vista, merecía acabar lo más pronto posible.

Luego estaba la parte formal, donde el círculo familiar —constaba nada más que de otros tíos y los abuelos de Julián que vivían en Córdoba— y los amigos de Fer rodeaban un cajón cerrado listo para ser enterrado. El cementerio a Julián siempre le había parecido algo simbólico, porque en realidad su tío llevaba muerto más de tres días y no podía escuchar sus despedidas debajo de tanta tierra. Se suponía que incluso aquello lo reconfortaría. (Nada lo había hecho hasta ahora. El ramo de flores se apretó entre sus manos durante todo el discurso del cura.)

—Realmente no tengo nada para decir —se encontraba exclamando la tía Adriana cuando Julián dejó de pensar en la lluvia. Tenía un pañuelo de tela en las manos y los ojos hundidos —. Sé que está en un lugar mejor, con sus padres, y que va a ser nuestro ángel de la guarda.

El cura asintió con empatía y se dirigió hacia Julián. —¿Unas palabras?

Julián alzó la mirada de sus manos y se fijó en los ojos del cura. Algo hundidos, pero no del llanto como los de Adriana, sino por la vejez. Con varias arrugas alrededor. Y, por alguna razón, prefirió culpar al color celeste que estaba viendo en vez de a cualquier otra cosa mientras lanzaba las flores sin cuidado al cajón y se daba media vuelta.

Estaba harto de todo. El traje ajustado que se suponía que iba a estrenar en su graduación, los charcos formados en los que veía su reflejo antes de pisarlo ferozmente, la presión invisible de sentirse triste cuando todo lo que podía sentir Julián era enojo. Todas esas personas no hacían más que fingir, porque en la cabeza de Julián estaba bien sentirse furioso. Era necesario. Aquella persona que había arrebatado una vida no podía seguir viviendo sin saber que había alguien furioso con ella.

En algún punto de alejarse de la ronda llegó hacia los portones del cementerio y, antes de poder pensarlo bien, se deshizo de su saco para quedar sólo en camisa. Se arremangó y lanzó una telaraña hacia el gran árbol que daba sombra a la entrada, saltando y perdiéndose entre las copas de hojas típicas del otoño.

Se balanceó por los cielos de la ciudad en dirección contraria al viento, resbalándose cada vez que frenaba sobre un techo y maldiciendo por lo bajo. Esto debería sentirse liberador. Lo hizo la última vez; sus gritos eran de euforia. Pero ahora, si Julián gritara, no estaba seguro de cuánto le quemaría el pecho.

Cristian había llamado. Julián supo que se había ido de viaje y dijo que sí a todo mientras su mejor amigo le daba sus condolencias. No le importaba realmente. Cuti nunca había sido bueno consolando a las personas.

Enzo, por otro lado, no había aparecido. Julián estaba seguro de que sabía porque su tía había ido a la escuela a justificar sus faltas, pero muchas cosas podían haber pasado por su mente. La más acorde a Enzo era que no quería molestarlo. Julián lo extrañaba, y el pensamiento de volar hacia su casa cruzó por su mente un par de veces antes de que la tormenta lo obligara a meterse bajo un techo.

todo niño sensible 》julienzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora