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—¡¿Ayudaste a quién?!

Actuar sorprendido frente a Enzo era, luego de varios intentos, más fácil de lo que creía. Enzo era astuto, mucho más que el propio Julián, pero incluso a pesar de ciertos pasos en falso era incapaz de desconfiar de él conscientemente. Luego de la caótica llamada que lo aterrorizó Julián hizo a su técnica infalible. Enzo no quería desconfiar de él, así que se aferraba de pies y manos a ello.

—¡Al hombre-araña! —respondió Enzo, gesticulando con exageración —El hombre-araña me pidió ayuda. A mí. Enzo. ¿Entendés la magnitud de eso?

Julián no había parado de poner aquella sonrisa de orgullo en su rostro, y al menos esta era genuina. —¿Te dije o no te dije que estabas hecho para esto?

Enzo chasqueó la lengua, como si quisiera ser modesto restándole importancia. Pero Julián lo conocía muy bien como para prever que luego iba a exclamar: —Bueno, sí, tenés razón. ¡Salí en la tele! ¿Qué querés que te diga? Me encanta la atención.

—Eso es lo más sincero que escuché hoy —Julián rió. Abrió sus brazos y señaló al rubio, quien no tardó en escalar el sofá para dejarse envolver. Últimamente era así: más contacto físico que el de antes, que arropaba su corazón durante sus visitas y le calaba los huesos cuando se iba —. ¿Seguís pensando lo mismo del hombre-araña?

—¿Lo de que tenía dudas? —cuando recibió un asentimiento por parte de Julián, enmudeció un rato. Se encogió de hombros —. No sé. Es un pensamiento que está ahí, bien en el fondo, y sale a veces. Es imposible que proteja a todos. Aunque quiera, no puedo confiar plenamente en él.

Julián tragó lo más despacio que pudo para que Enzo no notara el movimiento. No entendía por qué aquellas palabras que eran obvias siendo pronunciadas por el chico del que estaba enamorado tenían cien veces más peso. No podía salvar a todos. No tenía la fuerza, la madurez y la inteligencia para hacerlo.

En eso que divagaba, sintió el aliento caliente proveniente de un Enzo que resoplaba cerca de su cuello. Inclinó su cabeza para verlo titubear.

—Si te digo algo, ¿me prometés que no te vas a reír?

Julián acarició su cabello tan suavemente que ni siquiera creía que Enzo se hubiera dado cuenta. Canturreó su respuesta.

—Va a sonar estúpido. Es estúpido, pero... desde que apareció este loco, tengo la sensación de que no me va a pasar nada malo.

La mano de Julián se detuvo.

—¿Como si fuera un santo?

Enzo negó. —No. No como un santo. Siento que me cuida, pero no como lo haría un santo. Es más como... si me conociera —no salía nada de la boca de Julián, y comenzaba a sentirse nervioso —. Seguro es imaginación mía. Dejá.

Julián luchó con el impulso de decirle que estaba bien, que podía seguir hablando y, en cambio, soltó un largo suspiro mientras descansaba la cabeza contra el apoyabrazos del sillón. —Capaz está enamorado de vos —dijo, y no entendía por qué su corazón latía tan fuerte en sus oídos. No se estaba declarando. Al menos no directamente.

Para su suerte (o su desgracia) Enzo sólo se rió, sin tomarlo en serio. Entonces, su expresión cambió por completo cuando volvió a bajar la mirada y notó una pequeña mancha roja en la manga de Julián. La levantó sin pensar. —¿Qué te pasó acá?

Julián abrió los ojos de repente. Se removió incómodo bajo su inspección, haciéndolo pasar como si tuviera las manos frías. —Me caí en la calle. Me corté con una botella.

Enzo hizo un sonido de compasión, y entonces Julián pudo verlo pensar en todas las veces que, de alguna u otra forma, había aparecido con heridas. —Ojalá el hombre-araña te cuidara a vos en vez de a mí. Tarado.

todo niño sensible 》julienzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora