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advertencia: intento de suicidio y pensamientos suicidas. lean bajo su propia responsabilidad.


—Lionel, hijo, ya es el tercer pote de gel que te compro en la semana.

Son los años noventa. Afuera las mujeres caminan con sus polleras tableadas y peinados estrafalarios. Los varones, específicamente aquellos que quieren convertirse en Cacho Castaña, salen con las camisas abiertas hasta mitad de pecho; pero no importan sus vellos ondulados, porque la fuerte colonia barata puede solucionarlo todo.

O eso es lo que se veía cada vez que se prendía la televisión. Ah, y un informe semanal de casos de sida. La crisis sanitaria de esa época tenía a Lionel sin ganas de tener contacto sexual con ninguna persona hasta que se inventara una cura. Pero el rechazo no apareció una vez tuvo conciencia de esto; en realidad, se remontaba a muchos, muchos años atrás.

Cuando la señora Scaloni quedó embarazada, no estaba en sus planes. El ciclo de vida para una mujer sudamericana en el siglo XX era el mismo que supuestamente los humanos habían derrocado hacía tiempo: nacer, reproducirse y morir. La vida de una mujer empezaba cuando concebía un hijo y, sin embargo, la señora Scaloni tenía ya una canción favorita y una casa en la costa alquilada cuando se enteró. Fue por eso que no se suponía que Lionel naciera, y que su nacimiento había sido un evento de todo menos intrascendente.

Su madre lo protegió de todo y todos hasta que tuvo la edad suficiente para manejarse solo y reclamar la ausencia de su padre. Lionel nunca pidió tiempo de calidad juntos ni mucho menos recomendaciones de música: sólo el dinero que le correspondía por mes y una alcanzada hacia la escuela cuando el colectivo no llegaba. Incluso desde ese entonces se notaba su principio de desapego. Todos los hombres que luego querían hacerle de figura paterna se iban por donde habían venido porque él no quería que su madre pasara por el mismo abandono (ni él por el mismo augurio). Siendo sincero, estaba bien con que fueran solo él y su madre.

Luego empezó la secundaria, pero no era tan pintoresca y agradable como en las películas. Se le habían roto más de tres pares de anteojos en un mes así que dejó de usarlos y se arriesgó a no ver nada a más de cinco metros de distancia. Su madre creyó más de una vez que lo molestaban. Era extremadamente inteligente. Y no era tímido. Si Lionel tenía que, por ejemplo, participar de una penosa obra de teatro, lo hacía con excelencia, y daba miedo.

Tampoco odiaba a nadie, aunque era probable que luego de este viaje escolar hiciera una excepción. Volvió a hundir la mano en el pote de gel.

—Es que sino mi pelo no tiene forma —respondió. Su madre se cruzó de brazos en el espejo.

—Cortátelo.

Lionel enmudeció, como si estuviera considerándolo. —No. Así me gusta.

La señora Scaloni dejó el cuarto y Lionel se aseguró de tener lista su mochila para caminar hacia la terminal de micros. Su plan, de hecho, era que su padre lo llevara en auto, pero él se encontraba en el interior y ninguna otra variante había tenido éxito. Le tocaba, entonces, viajar con el resto de sus compañeros en el medio de transporte más sucio que podía haber.

Las puertas del micro hicieron un ruido tremendo cuando se abrieron. El chofer no le dirigió la mirada y arrancó sin esperar a que Lionel se sentara, causando que se aferrara a un caño y, en consecuencia, todos los gérmenes acabaran en su ropa. Hizo una mueca de disgusto justo cuando alzó la mirada. Sus compañeros, todos vestidos con la campera de egresados, jugaban con una bandera que decía "Campamento de la promo 1995". Lionel no creía que ni siquiera llegase en una sola parte al final del recorrido. Al fondo se encontraba el otro colegio con el que habían arreglado para abaratar costos riéndose en voz baja.

todo niño sensible 》julienzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora