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Julián marcó aquel número que con los años se había aprendido de memoria. Se llevó las uñas a la boca y el temor creció dentro suyo cuando nadie contestaba en casa del Cuti. Quería saber si su amigo estaba bien, pero a sus dudas se las terminó tragando el buzón de voz.

Decir que habían entrado en pánico era poco. Julián descubrió esa noche que Paulo podía llegar a ponerse rojo de los nervios y que, por muy imposible que pareciera, a Scaloni se le trababa la lengua a veces.

Julián seguía de pie en el cuarto mientras el científico y su asistente caminaban en círculos a su alrededor.

—A ver, describímelo de nuevo —dijo Scaloni —¿Todo negro?

Julián asintió. —Sí, todo el traje. Pero estaba bien producido. No sé si una sola persona es capaz de hacerlo.

Pareció dar en el clavo, porque pronto Paulo soltó un quejido de augurio y comenzó a anotar como loco. Cuando Lionel le pidió que leyera en voz alta su hipótesis exclamó: "El sujeto debe contar con apoyo secundario. Fuerzas Armadas, el gobierno-"

—¡Ay Dios, me cago en el gobierno! —Lionel lo interrumpió para luego revolear unas hojas y salir de la habitación hecho una furia. Paulo y Julián se miraron entre sí antes de seguirlo.

—Lionel, toda la ciudad vio cómo el sujeto volaba —informó su asistente —. Sabés que eso es imposible de lograr de forma natural.

—Sí, ya sé —él respondió a medida que se metía en otro cuarto. Era casi igual al anterior, sólo que tenía una gran pantalla que, al prenderla, estaba estancada en el noticiero que no había parado de hablar del horroroso suceso desde la tarde —. Julián, necesito que me traigas los diarios de hoy antes de que se vendan.

Julián se permitió fruncir el ceño. —Pero salen a las cinco de la mañana. Son las dos...

—Eso también lo sé.

Entonces, sin medir palabra, Julián hizo un viaje considerable hacia la imprenta, donde podía oír desde afuera a las máquinas procesando los miles de diarios. Se dio cuenta de que el sereno se había quedado dormido y se metió dentro como un ninja. En los canastos que se estaban llenando había al menos cinco tipos distintos de periódicos; tomó entre sus manos el local, que tenía la imagen de aquel sujeto de negro en primera plana. Un escalofrío se apoderó de su columna.

Hubiera tardado menos si no se hubiera quedado viendo la pequeña nota, de apenas unos renglones, en otro diario. Era una imagen suya con el gato entre brazos que no sabía cuándo le habían sacado. Al lado decía: "¿Puede el hombre-araña salvarnos de esta nueva amenaza?"

No lo sabía. ¿Podía?

El sereno se despertó justo a tiempo para cuando Julián salió por la ventana. Regresando al laboratorio fue cuando escuchó la discusión desde la planta baja.

—Ya te dije. Tenemos que considerarlo.

—Paulo —hizo una pausa severa —. Ya sé.

Algo en su tono daba la impresión que si debía repetir esas palabras una o dos veces más alguien iba a salir herido; física o mentalmente.

—No estás siendo profesional.

—No, vos no estás siendo profesional —esta vez Lionel respondió a sus espaldas. Se sentó en su silla y se pasó la mano por la cara —. Haceme un favor y dejame trabajar.

Paulo apretó los labios a la par que obtenía un pequeño vistazo del temblor en las manos que su jefe trataba de esconder. Al salir del cuarto, se chocó con Julián.

—Acá están —el chico le entregó los periódicos, luego siguió a Paulo por el pasillo —. ¿Qué le pasa?

—Está en pánico —informó —. Y cuando está en pánico no se le puede hablar.

todo niño sensible 》julienzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora