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La última vez que vio a Lionel traía una chaqueta marrón y pantalones de invierno. Ahora, que en la ciudad no había parado de llover por días, se encontraba en musculosa y, a juzgar por el par de zapatos desparramados por la sala, descalzo. Se había dado vuelta justo a tiempo para cuando el chico que abrió la puerta habló.

—Por favor, decime que lo conocés y no dejé entrar a un linyera.

—No soy un linyera —Julián replicó, ofendido. ¿Tanto lo aparentaba?

Lionel se tomó todo el tiempo del mundo en contestar. Miró el rostro de Julián, igual de golpeado que la última vez, y dijo: —Lo conozco —se acercó a saludarlo con una sonrisa —. De hecho lo estaba esperando.

—¿Por qué? —Julián preguntó, apretando su mano.

—Bueno, el bullying es un problema difícil de cortar de raíz —Lionel dijo con total naturalidad mientras le daba la espalda —. ¿Me equivoco?

Lentamente, Julián negó. Lo vio dirigirse hacia la hornalla pero antes de que llegara parecía haber estado haciendo otra cosa; Julián notó los libros y hojas hechas bollos alrededor del colchón. Casi como su propia investigación luego de la salida a La Plata.

—Decime... —exclamó, e hizo una pausa en la que Julián murmuró su nombre por lo bajo. Chocó varias tazas al agarrar la pava —Julián. ¿Qué te hizo venir hasta acá?

Sin saber por qué, el muchacho desvió la mirada hacia la punta de sus pies. —Nada, sólo pasaba.

De repente, la pava se le resbaló de las manos a Lionel e hizo un ruido estridente contra la hornalla. —La puta... —murmuró para luego aclararse la garganta —No mientas. La gente simplemente no "pasa por acá", menos con este clima.

A sus espaldas Julián oyó ruido, pero no pudo hallarse girándose a ver qué estaba haciendo el otro chico. En cambio, tragó saliva y se recordó que esta era la única oportunidad que tenía. Podía hablar y buscar una solución o irse y vivir miserablemente hasta que el universo decidiera apiadarse.

Carraspeó en lo que sintió que nunca había tenido la garganta tan seca, y exclamó: —Yo... no sé qué hacer. Con nada. Perdí al que consideraba mi papá hace unos días, y creo que tengo una maldición —su lengua se enredó en ese momento. Era como si no pudiera decirlo —. No sé cómo explicarlo.

—¿Una maldición? —repitió Lionel, apoyando su barbilla en sus dedos de una forma que lo hacía ver intelectual —¿Qué tipo de maldición?

—Una que... se sienta como una carga. Y dudo que me la pueda sacar pronto.

Sus palabras parecieron dar en el clavo, porque el ruido a su alrededor paró por completo, y Julián vio al chico que hasta ahora no había hablado cruzar miradas inmediatamente con Lionel. Sintió unas inmensas ganas de correr que fueron reprimidas por la mano de Lionel colocándose en su hombro.

—A ver, sentate, por favor —le ordenó suavemente, señalando el colchón en el centro del monoambiente. Julián obedeció —. ¿Me podés contar más?

Julián lo hizo. Poco a poco fue diciendo más cosas que se oían cada vez más descabelladas pero a las que él sólo asentía con las cejas arrugadas. Hasta cierto punto lo asustaba. ¿Y qué si, luego de que Julián se fuera, iba con la policía a denunciarlo? Pero otra parte suya le decía ya fue. Era la primera vez que se sinceraba desde que había sido picado por esa araña y mierda que tenía cosas guardadas.

Julián terminó su relato con una reseña del Club de la Pelea que realmente nadie había pedido y Lionel se levantó abruptamente, acariciándose las sienes.

—Mirá, esto va a sonar raro pero creo que sé exactamente lo que pasa —le dijo, y a continuación se dirigió al chico que permanecía de pie escuchando todo.

todo niño sensible 》julienzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora