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Enzo no tuvo que recorrer el lugar con la vista una segunda vez para saber que Julián no se encontraba allí.

Chistando, empujó a las personas encaminado a sacar el celular de su bolsillo cuando un morocho doblando la esquina y metiéndose en el túnel llamó la atención. Si no estaba equivocado, se trataba de Paulo.

Cambió de planes y se acercó hacia él.

—¿Paulo? ¿Qué hacés acá?

Paulo cambió su expresión rápidamente a una neutra, casi profesional. Había algo raro con esta gente. —Enzo. Julián me llamó. Dijo que se sentía mal, pero no te quería preocupar así que acá estoy yo.

Enzo no pudo evitar ladear la cabeza. Había hablado con Julián hacía menos de una hora. —¿Por qué no me lo dijo...? —se habló a sí mismo.

—¿Necesitás ayuda? —Paulo ojeó el lugar. Todo parecía estar en orden —¿Querés que traiga unas mantas para la noche? Va a refrescar.

Enzo, que aún se encontraba con la mirada perdida en algún punto, parpadeó varias veces y luego negó. Fue a sentarse junto a los demás y se llevó las rodillas al pecho. Esperaba que todo esto sólo fuera un feo presentimiento que se iría cuando bajara el sol.

—¡Miren! —exclamó de repente un muchacho con gorra, señalando por fuera del túnel aquel pedazo de ciudad que se veía a lo lejos. Los murmullos incrementaron y tanto Enzo como Paulo levantaron la cabeza.

Allí, como si se trataran de dos figuras en miniatura, estaban el hombre-araña y el villano de negro luchando en las alturas. Había rayos que por momentos pasaban demasiado cerca del de rojo, tanto que, de verlo sólo un poco más lejos, la ilusión óptica les haría creer que le había dado. Todos hicieron una mueca cuando un golpe derribó al hombre-araña.

Centenares de metros más allá, Julián se ponía de pie rápidamente. Según las grandes pantallas del gimnasio, su resistencia había subido un cuarenta por ciento. Y aquello fue notorio para los ojos contrarios.

—Estuviste practicando, ¿no, araña? —se burló —Adiviná qué: yo también.

Los platillos se dirigieron hacia Julián y, como en un deja vu, él amagó a enredarlos con sus muñecas apuntándolos. Sin embargo, antes de poder lanzar telarañas, los platillos repentinamente desaparecieron de su vista.

—¿Qué...? —comenzó a preguntarse. Entonces, el ruido de las pequeñas máquinas estuvo a sus espaldas, y fue atacado velozmente sin darle tiempo a girarse. Soltó un quejido y se aferró con una sola mano al platillo para no caerse.

Intentó concentrarse en los movimientos del tipo; debía de hacer algo que le diera la información que necesitaba para vencerlo, pero se encontraba completamente quieto. La velocidad de los platillos fue aumentando más hasta que Julián tuvo que sostenerse de las dos manos y, cuando quiso darse cuenta, estaba girando en círculos alrededor del villano. No iba a poder conseguir estabilizarse si estaba así de mareado.

—¿Qué te parece si jugamos un rato a la ruleta rusa? —dijo, y Julián no sabía qué significaba, pero tampoco se moría de ganas de saberlo.

Le llevó un par de segundos asimilar que el sonido que había cortado el aire había sido un rayo. Cuando comenzaba a creer que ya estaba, otro salió disparado, y otro, y otro hasta que uno le rozó muy cerca, y Julián entró en pánico.

—¡Ey, pará! —intentó hacerlo entrar en razón, pero el simple hecho de hablar y mantener los ojos abiertos al mismo tiempo hacía que su cabeza doliera. Estaba yendo a una velocidad tan desmedida que ni siquiera distinguía los paisajes; en cambio, todos se habían unificado en una mata borrosa de anaranjados y verdes y blancos.

todo niño sensible 》julienzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora