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La terraza del colegio ahora era el escenario del rumor de que Enzo y su casi algo se escondían del resto de personas durante el recreo. Con la única diferencia de que este sí era cierto.

Siempre había sido algo así como un lugar especial para ellos. Sin saberlo, antes de conocerse lo habían compartido varias veces con míseros minutos de diferencia. Enzo se resguardaba con sus auriculares al lado del motor de agua y Julián prefería la cornisa. El viento que los golpeaba era el mismo así como la vista al Río de la Plata. A menudo solían esconderse del mundo, pero ahora, ciertamente, no se sentía como si lo estuvieran haciendo.

Julián estaba a horcajadas de un Enzo que se sostenía al suelo con las manos y ladeaba levemente la cabeza mientras lo besaba. Los dedos de Enzo rebobinaban una y otra vez aquella canción en su celular.

Julián se separó de él para echarle un vistazo al aparato en el piso de la terraza y arqueó una ceja. —¿Qué pasa con esa parte?

La voz de Morrissey luego de un solo de guitarra era lo único que se oía repetidamente además del canto de los pájaros y sus respiraciones tranquilas. —La letra. "Cuando estoy acostado en mi cama, pienso en la vida y la muerte y ninguna particularmente me llama la atención" —recitó Enzo —. Nunca conocí a un tipo tan miserable.

Julián se rió echando la cabeza hacia atrás. Pensó en hacer algún tipo de comentario pero no creía que fuera necesario. Enzo finalmente dejó pasar a Nowhere Fast y volvió a atacar sus labios.

—¿Sabías que Morrissey dijo que comer animales es lo mismo que la pedofilia?

Julián levantó sus cejas con estupor. —¿Posta?

—¿Habrá alguna estrella de rock así de polémica en el futuro? —lo ignoró Enzo.

El rubio seguía hablando entre besos y a Julián le costaba mantenerle el ritmo en las dos cosas. Le puso una mano en el pecho y suspiró, mirando el tinte en sus cachetes. —Andá a saber. Primero hay que ver si va a seguir habiendo rock.

Enzo bufó debajo de él. —Espero no estar vivo para cuando eso pase.

Los dos cayeron en una cómoda falta de habla con mucha presencia de lengua. Los dedos de Julián subieron a su cabello rubio teñido y Enzo lo sintió reír en su boca. Abrió los ojos para ver la sonrisa pintada en el rostro de Julián.

—¿Qué? —preguntó, sin poder evitar reírse también.

—Me gusta cuando hablás de música —le dijo —. Es como cuando yo hablo de la fotografía.

Enzo lo interpretó como una pregunta sobre él que aún estaba sin contestar. —¿Por qué ya no sacás fotos?

La sangre de Julián se heló.

—¿Por?

—Antes andabas todo el día con la cámara. Una vez te echaron del salón porque estabas colgado de la ventana sacándole foto a un gato.

—¿Me conocés desde ahí?

Las mejillas de Enzo se tiñeron de rosado, pero justo cuando creyó que había ganado, lo escuchó decir: —No me cambiés de tema.

La verdad era que Julián no sacaba fotos desde que había sido mordido. El solo pensamiento de tomar la cámara de su estante le erizaba la piel; era ridículo, pero creía que si lo hacía obtendría una sensación similar a la que había sentido aquella tarde, como una descarga eléctrica. Muy, muy en el fondo, su inconsciente no creía en sus poderes como un don aún. Y era algo que le avergonzaba mencionar en voz alta.

En cambio, dijo: —No sé. Supongo que no estoy inspirado —un recuerdo que tenía casi bloqueado en el fondo de su mente salió a flote y se materializó en palabras —. Enzo, ¿querés ser mi musa?

todo niño sensible 》julienzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora