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advertencia: ataque de pánico, pensamientos suicidas (ambos sólo por un par de párrafos), violencia


El patio de la escuela se veía mucho más espacioso y agradable que durante las clases de educación física. Enzo no alcanzaba a contar con los dedos de ambas manos todas las veces que, de una forma u otra, logró esconderse en los pasillos y en la terraza durante el último año para no tener que asistir. El profe Leo era muy copado pero correr y sudar por motivos totalmente intrascendentes no eran lo suyo, de modo que Julián, bajo la excusa de que tenía que entrenar para salvar al mundo, también se salteaba la última hora de cada miércoles. Ahora, sin embargo, el profe Leo aguardaba a un lado del fotógrafo sin ese estúpido conjunto de gimnasia ni el termo bajo el brazo, y eso hacía a las cosas menos molestas.

Lo primero que notaron algo nerviosos fue que, allí dentro, nadie parecía haber escuchado el mensaje de Pablo. Los egresados entraban por la puerta y eran atacados por flashes descarados que seguramente los dejaban atontados mientras caminaban hacia las mesas decoradas con globos dorados. El DJ estaba pasando sus propios mixes, y los celulares estaban guardados en los bolsillos. Era como un mundo paralelo.

Los locutores de la radio y de la televisión creyeron que sólo se había tratado de un loco que había querido hacer una broma, y le pidieron a la gente que no se paniqueara. Aún así, la calle olía a un semi-caos y que de repente sus fosas nasales fuesen invadidas por fijador de pelo y cerveza sin alcohol los hacía sentir extraños. Se colocaron en una esquina y Julián rápidamente se llevó la mano a la cintura, tanteando el sensor de su máscara por debajo de la ropa. —Érica, llamalo a Lionel.

«Llamando a Lionel.»

Los segundos de espera eran agonizantes. Mientras tanto, Enzo lo empujaba suavemente más lejos de la pista de baile para que las luces azules no los apuntaban directamente.

—Dale... —Julián murmuraba entre dientes.

—¿Habrá hecho alguna estupidez? —preguntó Enzo —O sea, es Pablo. La persona que más ama en el mundo.

Julián dejó de mover su pierna para mirarlo. Un miedo irracional se apoderó de su cuerpo. —No —dijo, pero sonaba inseguro —. No, no creo. Es Lionel. No se deja influenciar por cualquier cosa.

Enzo no dijo más nada. Simplemente asintió y desvió la mirada hacia la entrada, bajo la excusa de que había un traje azul marino en específico que podía cruzarla en cualquier momento y no quería perderlo de vista. Cristian era alto y tenía una mata de cabello que era fácil de distinguir. Siempre sabía cómo sobresalir en una multitud, pero ahora no estaba seguro de cómo iba a presentarse aquella noche. Enzo tuvo que recordarse a sí mismo que este ya no era el Cristian que conocía y que era, por más, impredecible.

De repente, el pitido que ya se les estaba haciendo costumbre escuchar paró, y alguien atendió del otro lado. El corazón de Julián saltó en su pecho mientras se apuraba a decir algo. —¿Estás bien? ¿Te enteraste?

Hubo silencio, y silencio era lo que menos necesitaban ahora.

—su voz se oía rara, carente de iniciativa y desorientada, pero aún era Lionel, así que Julián respiró —. No se preocupen por mí. Péguense al plan.

—Lionel —dijo Julián —. Si sentís que no podés con esto, ordená la retirada.

—¿Qué? —su novio a su lado exclamó estupefacto. Mientras esperaba una explicación, Julián tenía la vista clavada en algún punto a través del patio.

Una respiración se meció piadosamente contra el micrófono, y entonces: —No voy a hacer eso. Ya les dije. Péguense al plan.

Julián apretó la mandíbula. —Entonces chau.

todo niño sensible 》julienzo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora