Las lágrimas seguían cayendo por mis mejillas sin poder contenerlas. Estaba en el asiento trasero, envuelta en el suéter que Eduin me había regalado, con la cabeza en el regazo de mi padre, quien solo acariciaba mi cabello en silencio.
Lo siguiente que supe fue que ya nos encontrábamos entrando al edificio totalmente blanco con detalles negros.
Mi abue Mara nunca permitiría eso.
Una vez que mi padre dio los datos, nos guiaron a una puerta donde hubiera deseado no haber entrado: un montón de familiares, amigos y desconocidos vestidos de negro y blanco alrededor de esa caja que llevaría a mi Mara hasta que no existiera más de su cuerpo.
Estaba sentada en una silla en la esquina más lejana de su cuerpo. No me había animado a verla, ni me había acercado, ni había saludado a nadie excepto por la mirada que intercambié con mi madre. Lucas estaba a mi lado, con su mano en mi hombro. No había dicho nada desde que había llegado y lo agradecí. Solo me dio un abrazo y se sentó conmigo junto a la esquina.
—Voy por un café—me susurró antes de marcharse.Antes de que pudiera moverme, sus brazos me tomaron de la mano, logrando que diera un respingo al levantarme. No procesé nada y no me di cuenta de que sus brazos envolvían mi cuerpo hasta que sentí su calor corporal y su distintivo olor. Los latidos de su corazón eran acelerados, igual que su respiración. Eduin.
—Todo estará bien —aseguró acariciando mi cabeza por encima. Las lágrimas volvieron en sollozos.
—No, no lo está...
—Lo estará —me aseguró apartándose de mí para poder mirarme—. Jade, nada está bien. Esto duele y tienes derecho a sentirlo. Utiliza tu dolor ahora, porque Dios está en control y luego ya no dolerá más. Lo prometo.
No dije nada más cuando Sara, Esthela y Matías entraron a la sala junto con nosotros. Sara me dio un abrazo, al igual que Esthela. Matías se lo pensó unos segundos antes de hacerlo. Por lo que me había contado Sara, seguro le costaba estar allí.
...
Seguí llorando, pero a ese punto mucho más pausada. El sentimiento era horrible y peor era recordar los rostros de todos mis amigos, los cuales estuvieron conmigo hace unos momentos. Creo que, aunque no los hubiera invitado, me alegró su presencia. Fue reconfortante, es decir, sus palabras fueron claras: Eso dolía, pero pasaría y en el fondo sabía que era cierto.
Entré a la vieja casa con un montón de colores, dejando a mi padre esperándome en el porche. La sala se sentía sola y su mecedora en una esquina solitaria sin quien la meciera. Pasé mis manos por los cuadros que colgaban en la pared. Al subir las pequeñas escaleras, entré a la que era mi habitación cada vez que la visitaba y luego a la suya. Una cama perfectamente tendida con mi peluche rosa estaba allí. Se lo había dejado en su casa porque no deseaba ver el regalo de mi padre.
Días después.
Mi habitación se había vuelto un desastre. No había salido de ella en unos días y no tenía intención de hacerlo. Mis amigos trataron de contactarse, pero les dejé claro que quería espacio. Todos entendieron, excepto Eduin, quien varias veces me visitó y esperó que bajara durante horas. Al final, entendió o simplemente dejó de hacerlo. Mi madre también intentó hablar conmigo, pero luego de ignorarla por mensajes, se atrevió a ir a casa de mi padre, donde él la tranquilizó. No sé qué le dijo, pero funcionó.
Nadie entraba a mi habitación y nadie salía, excepto mi padre. A él sí lo quería conmigo, a él fue a quien le pedí apoyo y me lo dio.
—Tu habitación es un desastre, cariño —comentó casualmente sin despegar su vista de la pantalla de su laptop.
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Encuentro.
Romance''¿Existe el amor? No, no quiero que piensen que necesito amor. ¿Podré yo amar a alguien sin lastimarle?'' Jade prefiere evitar las preguntas que encontrar las respuestas, prefiere esconderse antes que luchar o siquiera correr. Decidió jugar un jueg...