15

14 1 6
                                    

Mini-Maraton❤️ 1/2

Era la tarde, cerca de las cinco, y me encontraba parada en el umbral de mi casa, esperando la llegada de Eduin, el siempre "insufrible". Verdaderamente me sentía nerviosa, no podía negarlo. No tenía sentido mentirme a mí misma. Desde lavar mi cabello y definir mis rizos hasta elegir el atuendo perfecto, me aseguré de sentirme cómoda conmigo misma y lucir bien para cualquier plan que tuviera en mente, excepto tal vez un museo o un restaurante muy elegante. Crucé el jardín delantero y, justo cuando llegaba a la entrada, vi cómo el coche negro se aproximaba.

La puerta del conductor se abrió, permitiéndome verlo. Llevaba pantalones negros junto con una camiseta amarilla. Su pelo estaba húmedo y hasta pude percibir el ligero pero elegante perfume varonil mientras la distancia entre nosotros se acortaba.

—Permítame decirle que se ve muy linda, señorita —se acercó con una sonrisa ligera pero contagiosa.

—Debería admitir lo mismo, pero me limito a agradecer —respondí en el mismo tono que él. Ambos rodeamos el coche y abrió la puerta para mí.

—No es necesario —me senté en el asiento del copiloto y esperé a que él diera la vuelta al coche antes de cerrarme la puerta.

—¿Cómo ha estado tu noche? ¿Oraste? —se inclinó hacia mi lado y rápidamente abrochó mi cinturón de seguridad como si fuera una niña pequeña. Rodé los ojos, pero preferí pasar por alto el gesto.

—Mi día ha estado bien, espero que el tuyo también lo haya estado.

—¿Oraste? —insistió, poniendo en marcha el coche. Asentí con la cabeza lentamente, recordando la noche anterior. No mentiría, había orado. Y esta vez con menos dificultad que en los intentos anteriores. Realmente no sabría cómo definir esa etapa en mi relación con Dios, si es que había una. ¿Por qué la había? Claro, me estaba empezando a comunicar con Él. Si había sido así, mis días habían sido mucho más livianos desde que empecé a hacerlo. Incluso había comenzado a escuchar algunas alabanzas, al menos una al día. No recordaba por qué me sentía tan mal antes, pero en ese momento ya no tenía razón para sentirme así, y no lo estaba.

Sin embargo, sabía que tenía mucho camino por recorrer si realmente quería forjar una relación con Dios. Una de las cosas que me faltaba por resolver eran las dudas. Cosas que parecían estúpidas de preguntar, pero que en mi mente no tenían respuesta. Realmente no quería agobiar a nadie, y en el fondo me daba vergüenza preguntar. Pero después de pensar lo suficiente la noche anterior, había llegado a la conclusión de que, si quería respuestas, las quería de Él. Eduin no dudaría en responderme. Consideré la opción de Lucas, pero sentía que se burlaría de mí, algo que no quería.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —le pregunté.

—Adelante —respondió. Posó sus ojos en mí unos segundos antes de volver su vista a la carretera.

—¿Alguna vez has sentido que algo te impide comunicarte con alguien? —fruncí el ceño ante lo que había dicho—. Es decir, que al fin te animaste a comunicarte, pero ahora no tienes respuestas, solo el ruido del silencio —me expliqué mejor, mirando su perfil. No quería perderme ningún gesto de su rostro. Pareció pensarlo un momento antes de asentir.

—Cuando me quería acercar a Dios...

—¿Cómo? ¿Acaso Eduin no había sido cristiano toda su vida?

—Lo fui, pero cuando mi madre murió, me alejé e incluso negué su existencia en mis pensamientos —hizo una pausa, buscando las palabras correctas—. Cuando mi madre murió de cáncer, fue un choque de realidad. Yo tenía fe en que Dios no lo permitiría... Y cuando sucedió, no supe cómo reaccionar. No podía creer que mi fe no hubiera servido de nada. Cuando finalmente recapacité, no sabía cómo acercarme, y cuando lo hice, no sentía tener respuesta.

Encuentro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora