24 - Hogar

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Yoongi llegó a la academia de la señorita Green unos minutos antes de la cita.

Se sentía como un maldito idiota esperando fuera de la verja, un pecador desterrado del cielo, pero la señorita Emma había dejado bien claro que no debía poner un pie dentro de sus tierras.  El escándalo de su sola presencia era suficiente como para que cerraran todo el colegio si se enteraban.

El antiguo Yoongi habría echado abajo las puertas, pero hoy no le agradaba la idea de tener una veintena de omegas jovencitas gritando y fugándose y desmayándose a sus pies.

Sin embargo, a medida que se acercaba la hora de la cita comenzaba a considerar seriamente una incursión estratégica.

Y entonces, apareció su dios, recorriendo el largo y serpenteante camino. Parecía haber pasado más de quince días desde que lo había visto por última vez, y tuvo que sofocar el repentino impulso de derribar las puertas, echar a Jimin sobre la silla de montar y huir con él hacia el atardecer como decían esas novelas cursis para omegas.

—Yoongi —dijo el omega cuando llegó a las puertas cerradas.

Al menos no pretendía fingir que jamás se habían conocido.

—Jimin —desmontó en ese momento. Quería estar tan cerca suyo como fuera posible—. ¿Qué tal está Holly?

El omega inclinó levemente la cabeza.

—Mi perro está bien, gracias.

—Bien. ¿Y cómo te encuentras tú?

—Estoy bien.

Yoongi resopló. Esto era completamente inútil. Prefería un enfoque directo... y sabía que él también.

—Has puesto mi ordenada vida patas arriba —dijo—. Nunca pensé que alguien pudiera lograrlo.

—¿Es eso lo que has venido a decirme... que te he arruinado la vida? ¿Qué crees que has...?

—No he dicho que hayas arruinado nada —lo interrumpió con el ceño fruncido. Por lo visto no había sido suficientemente directo—.Lo has cambiado todo...el modo en que miro a la gente, y a mí mismo. Y, considerando la magnitud de la tarea, te mereces mi en horabuena. Y mi agradecimiento.

Jimin se puso a juguetear con un botón de su abrigo, esquivando su mirada cuando él buscó una grieta en su reluciente armadura.

—Entonces, no hay de qué. Aunque para eso me pagaste.

Él negó con la cabeza.

—Te pagué para que no te marcharas. —Yoongi alargó la mano por entre los barrotes de hierro de la verja para tocar su mejilla—. Te echo de menos.

Jimin tomó aire con dificultad y se apartó de su caricia.

—Claro que sí. Ahora tienes que molestarte en buscara otro con cuya vida puedas jugar.

El omega seguía a la defensiva, como
siempre, pero ahora lo comprendía.

—Nadie me dejará jugar —le dijo sin alzar la voz, y sonrió. —Ya no quiero jugar con nadie más.

El rubio se sonrojó.

—Déjalo. ¿Qué haces aquí?

—Aún me deseas.

—Es una reacción puramente física. Si no te has dado cuenta aún, somos muy compatibles —recitó, ruborizado. —En cualquier caso, estás mejor sin mí.

—Sí me he dado cuenta. No pienso en otra cosa —replicó él—. Sal aquí conmigo.

—No. Márchate ya.

How to teach an alphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora