Fictober: Charlastor [Hazbin Hotel]

11. Leyenda

NOTA: Para éste capítulo necesité cambiar los nombres de algunos personajes. Seviathan se volvió Sebastian, Mimzy es Mim. Traté de mantener todo lo más similar posible.

...

     Hubo una vez una casa en Northshore, Nueva Orleans. Viví ahí durante un tiempo, antes del incidente. Hacía poco que me había casado con Sebastian y estábamos buscando un lugar donde vivir. Creí que era una buena idea elegir un lugar con tantas memorias tejidas. Mi guarida infantil. Mi padre y mi madre jamás estuvieron de acuerdo. Me dijeron que costaría demasiado dinero repararla; la verdad es que ese par de viejos no se equivocaron. Tuvieron razón. Sebastian no estaba seguro. No le gustaban las áreas pantanosas tanto como a mí.

     —Pero, Charlie, cariño... Escúchame, podemos ir a otro lado. Sabes que prácticamente tengo que tumbar la estructura para volver a construirla, ¿verdad? La humedad aquí es demasiada, y es pestilente... Los mosquitos. ¿Qué haremos si tenemos hijos? —Sebastian me preguntaba, apartándome de quien sea que nos estuviera acompañando. Me tomaba del brazo y me guiaba hasta donde él quisiera. Obedecía. Era su esposa. La peor decisión de mi vida—. ¿Has pensado en eso? ¿Sabes cuánto dinero tendré qué invertir?

     —Prefiero mil veces vivir en éste maldito cuchitril que tener que soportar a Elsa —Le respondí, cruzándome de brazos—. Además, tu madre es un dolor de muelas.

     —Y tu padre ni siquiera nos ayudará a pagar... La maldita inversión. ¿Sabes qué es lo que estás haciendo, Charlie? Te has vuelto muy caprichosa. Y todo es culpa de tu padre, y tu madre. Los dos. Son dos caprichosos. No tenemos porqué quedarnos aquí. Northshore es... ¡Es un basurero! —Sacó un cigarrillo y fumó frente a mí. Odiaba que hiciera eso—. ¿Me estás escuchando?

     —Viví cerca de Northshore. Claro que sé lo que es. Que me haya mudado a otro barrio después es muy diferente. Te quejas demasiado —Le quité el cigarrillo y lo lancé a un charco de agua estancada. Teníamos los zapatos llenos de lodo—. Y te dije que no fumaras conmigo cerca.

     Sebastian me miraba como si quisiera asesinarme.
     —No voy a gastar cientos de dólares en ésta basura. Es... Es estúpido, Charlie.

     —Y no iré a vivir con tu familia. Ni siquiera me gustaría que fuéramos vecinos.

     —¿Me estás obligando a comprar esta cosa?

     —No —Me reí—. Tal vez. No tengo idea. Mis padres no nos quieren cerca, no quiero a los tuyos cerca y no pienso irme a vivir a un lugar con arpías chismosas. Las odio. Tenemos pasado con eso.

     —Yo no.

     —Yo sí —Respondí, entrando de nuevo a la casa. Lo dejaba hablando solo cuando me fastidiaba. Pensamos que el matrimonio arreglaría nuestra terrible comunicación pero nos habíamos vuelto dos niños todavía más berrinchudos y coléricos. Un desperdicio de tiempo.

     Jugué en esa casa durante casi toda mi infancia. La guardé como un secreto por años, y recé a Dios para que nadie me la arrebatara. Tuve suerte de encontrar yo misma a la persona que pudiera darme información al respecto.
     ¿Qué clase de mujer tiene como su único propósito en la vida comprar una casa vieja? Yo, por supuesto. La casa de mis recuerdos y fantasías iba a ser mía, costara lo que costara. Seb nunca estaría de acuerdo, pero conmigo me bastaba.
     La casa tenía un estilo victoriano. Me gustaba el color del tapiz, nunca pude subir al segundo piso porque eso significaba tener que treparme en ramas delgadas que me matarían. Había algunas pertenencias de los antiguos dueños. Una alfombra roja que con el tiempo se volvió de un rosa pálido roído por las ratas y la humedad, una silla sin fondo, y algunos trozos de vidrio de las ventanas. La madera había perdido su color, estaba hinchada, verde y enferma como un animal herido. El techo se había derrumbado al segundo piso, y se llevó consigo muchos objetos.