Capitulo 4: Malfoy Manor

409 44 4
                                    

Hermione llegó a la casa de Malfoy a las seis y media de la mañana. Salió de la chimenea entre serpenteantes llamas verdes y fue directamente al salón.

El silencio imperante era atronador.

Miró a su alrededor y, como el día anterior, no pudo evitar extrañarse por lo impersonal que parecía todo. Bueno, quizás no absolutamente todo, pensó acercándose a las estanterías y pasando los dedos por los lomos de una de las filas de libros. Estaba segura de que aquellos libros sí eran suyos. Podía verse que, incluso los que parecían más nuevos, habían sido leídos, algunos más de una vez.

Se fijó en uno de los libros y no pudo evitar sonreír y sacarlo de su lugar en el estante, rozando la ajada portada con la yema de un dedo.

Hogwarts: una Historia

Hizo una mueca y abrió los labios con incredulidad ¿Cuántas veces había leído Malfoy ese libro? Estaba tan manoseado y envejecido como el suyo propio. Arqueó las cejas y volvió a dejarlo en el mismo sitio, mirando algunos de los demás lomos, intrigada, muy a su pesar, al pensar que podía tener algo en común con el hurón albino

¿Quién hubiera pensado que le gustara leer? Que supiera leer, incluso, pensó con un repentino arrebato de maldad.

La verdad era que siempre había sabido de su inteligencia, puede que no le cayera bien, pero Hermione se consideraba una persona realista y pragmática y asumía los hechos. Aunque claro, también sabía que era ruin, malcriado, ególatra, megalómano, racista y un sin fin de atributos igual de indignos.

Al menos lo había sido en el pasado. La verdad era que no conocía absolutamente nada del Draco Malfoy del presente, nada, salvo que, sorprendentemente, trabajaba para una agencia de inteligencia secreta.

¿Quién lo hubiera pensado?

Ese nuevo Malfoy era un misterio porque, aunque parecía ser igual de insufrible que antes, lo cierto era que había algo en sus ojos que la desconcertaba y, esa parte intrínseca de ella que necesitaba resolver todos los misterios que se cruzaban en su camino, estaba impaciente por descubrir qué había detrás de esa máscara con la que se ocultaba del mundo.

Ya el día de los juicios, cuando Harry, Ron y ella fueron a testificar en favor de los Malfoy, se había dado cuenta de que el joven de dieciocho años que había en el banquillo del Wizengamot, no era, ni de lejos, el mismo estúpido engreído con el que había compartido colegio los seis años anteriores.

Ese día él había estado abstraído, como si una parte de él fuera ajena al hecho de que se estaban juzgando sus acciones previas y se estaba jugando su libertad. Les observó en silencio, con cientos de preguntas en sus ojos argénteos, con el rostro serio y circunspecto y una pequeña arruga frunciendo su pálida frente.

El Draco Malfoy que había sido apresado, juzgado y puesto en libertad era, sin lugar a dudas alguien muy distinto a quien había sido.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí, Granger? —aquella voz suave y molesta que arrastraba las palabras estaba algo enronquecida, posiblemente porque acababa de despertar.

Hermione se dio la vuelta para enfrentarle, recordándose a sí misma que, más maduro o no, seguía siendo un imbécil.

Abrió la boca para exigirle que usara otro tono con ella si no quería que le mostrara lo bien que Ginny le había enseñado a lanzar su famoso mocomurciélago cuando, al mirarle de arriba abajo, se dio cuenta de que estaba cubierto únicamente con una toalla negra rodeando sus estrechas caderas y la contemplaba con evidente fastidio mientras trataba de secarse el pelo con otro trozo de tela.

Santa Madre de Dios, se dijo maldiciéndose en los tres idiomas que conocía sin poder evitar el rápido escaneo que hizo de él. Tragó saliva, odiándose por admitir, incluso ante sí misma, que Draco Malfoy ganaba mucho sin la perpetua ropa negra que siempre vestía.

Luz y oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora