15. Y sus almas, que volvieron a encontrarse

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Tres meses pasaron.

Y aunque todavía eran mediados de Julio, se sentía la misma primavera de aquella vez. Las gárgolas de Nuestra Señora siempre estuvieron en su cima.

Los comerciantes ambulantes llamando la atención de sus compradores. Abarrotadas calles, sobre las avenidas, porque recurrente siempre eran los mercadantes engatusar a sus clientes fijos. Niños corriendo sobre las avenidas, las mujeres terminando de corear sus cantos y bajando sus manos.

Estaba en la avenida cuesta abajo del convento de las carmelitas. Y el Juez se detuvo a contemplar entonces como la misma gente apartaba aquella capa que se perdía entre la multitud, y como también desaparecía el cabello amarillo hacía las entrañas de la ciudad.

Había notado que ella le había dado una última mirada sobre su hombro, aquella ojeada que tampoco le hizo apartar la mirada de la suya, ojos negros traspasando la barrera de la indecencia.

Ella se giró para marcharse y el Juez miró a las gitanas descender después de dar ese pequeño espectáculo.

Dentro de poco, ya no la volvió a ver más. Una vez más había desaparecido.

Y Pierre llegó a colocarse a su lado. Su voz lo sacó del trance.

⎯Señor, está todo listo para partir.

Un poco más se quedó mirando el camino. Se agarró la mejilla y le asintió a Pierre. También retrocedió.

La sensación de las palmas se habían quedado.

Cinco días tardó en llegar al Havre, el puerto de la costa. En el quinto día apresuró la instancia en el puerto para dar vista a las exportaciones. El comercio iba de lo común; algodón, café, trigo y la caña de azúcar.

Pertenecía a aquellas exportaciones hacia la hidalguía de su familia. El intercambio comenzaba desde la mañana, y los barcos en meses de navegación llegaban al puerto cada día, y zarpaban justo cuando se colocaba el sol en la parte alta del cielo. El Havre era famoso ante el tráfico negrero, y cada vez que observaba el puerto, decenas de esclavos descendían de los barcos.

Bajó la mirada ante el mapa que indicaba Pierre sobre las rutas nuevas que las órdenes del rey habían sentenciado.

⎯¿Es lo que ha decidido ya monseiur Colbert? ⎯le preguntó a Pierre.

⎯Un caballero nos seguía para entregarnos la carta. Es una decisión reciente, señor.

⎯Al terminar el día, envía una carta a París. Directamente al senado de monseiur Colbert, donde diga que la nueva ruta se tomará a la próxima carga de mercancía.

Asintió Pierre ante esto y de otra manera vino a seguir con poca gracia.

⎯En una semana ⎯le hizo saber a Pierre, quien se giró de inmediato para verlo.

⎯¿Cómo, señor?

Tomó un suspiro y miró hacia el mar.

⎯Partiré y me iré de Francia en una semana, Pierre. Ya no esperaré más.

Antes de que Pierre respondiera, su señor se daba la vuelta para contestarle a otro hombre que se apresuró hacia él. Pierre relajó la mirada: finalmente... había decidido lo que por tanto tiempo había anhelado: marcharse, y nunca volver.

Anotaba el Juez su nombre en las líneas de la firma, cuando del barco presente bajaban los transportes.

Oyó a su lado un murmullo.

⎯¿Sabe? Le iría bien a usted en el Nuevo Mundo...

Mencionaba un anciano, muy anciano, tratando de cargar un saco.

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora