20. Como hijo de Dios. Pero también como hombre

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⎯No sé a cuál paraíso quiere ir.

Y Charlotte desvió la mirada, entrecerrada por la debilidad, jadeó y luego tragó. Se daba cuenta que estaba entre sus brazos y se removió hacia un lado, tratando de levantarse.

Sin embargo, lo único que pudo sentir eran los brazos del Juez quienes la cargaron hasta colocarla en la banca próxima a ellos.

Volvía a removerse.

⎯No necesito su ayuda ⎯expresó Charlotte con desgana, lentamente. La debilidad incrementaba cada vez más.

⎯Eso lo sé. No es mi intención ver su masoquismo ⎯el Juez tenía en su rostro un gesto plasmado en la indiferencia⎯, llamaré a las mujeres y pensaré que colocar llave a su cuarto será la mejor opción. No quiero volver a verla caminando por aquí.

Se giró el Juez hacia su caballo.

⎯Alto ⎯la voz de Charlotte se formó en un jadeo, alzando su mano⎯. Deténgase. No se atreva a irse y no decirme la verdad.

El Juez llegó a tomar el hocico de su caballo y la miró con seriedad. La respiración entrecortada de Charlotte se oía desde su posición.

⎯Su Majestad, la princesa, ella marchará a España.

⎯Entonces es cierto ⎯y con desgana Charlotte dejó caer la mano hacia su pierna⎯. ¿Cómo es esto posible?

Hubo un silencio después de su pregunta.

⎯Se le ha salido de las manos. Su Alteza le enviará una carta a usted antes de partir ⎯fue lo que dijo el Juez.

⎯¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo estaré aquí? No podré pasar un día entero aquí sin saber si mi cabeza sigue valiendo plata o si tengo que pasar mi día encerrada en una celda.

⎯Conociendo a Su Majestad, le digo que no debe dudar de su palabra. Ella obrará bien, y así me ha pedido que le dijera a usted.

Charlotte oscureció su mirada. Mechones de su cabello se pegaron a su frente.

⎯¿Quiere decir que estaré aquí por más días? ⎯pronunciarlo le producía a Charlotte intensas ganas de clavarse ella misma una estaca, cualquier cosa. Se llevó la mano hacia la pierna⎯. No ⎯dijo⎯, no, eso no puede ser.

Mirarlo de esa forma era raro para Charlotte. Porque siempre llevaba sus guantes, su sombrero, su pelo recogido y una mirada hostil e indiferente. Pero tenía los hombros relajados, no llevaba sus guantes y Charlotte noto unas manos largas y bronceadas, llevaba su pelo suelto, que notó era largo y paraba justo en los hombros, y recogido se veía oscuro pero suelto, era de un castaño claro, casi como el ocre, o casi amarillo, casi.

Y su mirada era de lo más relajada, incluso tranquila. Su mandíbula estaba relajada.

⎯Sepa, madame, que mientras Su Majestad cumple, usted debe permanecer aquí ⎯fue lo único que mencionó.

El aire del lugar le daba un poco de calma a lo que estaba sintiendo. El mareo que había sentido debió ser causado por la impresión de la noticia de Cristina María. Necesitaba el bastón ahora, pero no lo conseguía. Había llegado al lugar sin usarlo y ahora estaba enferma de salir corriendo de allí, lejos de él.

El relinchar del caballo negro la sacó de su trance, y giró la mirada, con los labios entreabiertos y las cejas fruncidas, hacia lo que sucedía.

El hombre comenzaba con la herrería equina sobre su caballo, comenzando  con la cuchilla de desvasar y el martillo. Su caballo estaba ya inmovilizado y procedió a realizar la limpieza de los cascos, en donde la herradura antigua había sido retirada y toda la suciedad que el caballo acumuló en el casco era retirado. Tras haber realizado lo anterior pasó a recortar y limar el exceso que sobraba del casco para que la herradura se pudiera acomodar bien.

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora