18. Apuntando al enemigo

20 4 0
                                    

Cristina María se abochornó por la vergüenza dada. Cómo respuesta recibió una mirada tranquila. Y se fijó al frente de aquellos lugares. 

Eran las doce de la noche. La corte reflejaba todo lo que él anhelaba, pero Cristina María sentía el hueco de su estómago doblarse con cada trago de vino.

La corte real rodeaba al lado del rey, como siempre. Sus hermanos estaban más alejados que ella. 

Todo lo que había pasado la dejó en estado de alarma. Reflejaba la mirada pérdida en otro lugar. No era Cristina María, no era hija del rey, ni siquiera era el rey: era Francia. 

Cristina María había perdido por poco la complacencia a la que nunca antes había tenido. Después de la conversación con el Juez y verlo marchar en su caballo, tuvo que regresar al salón del Louvre una vez más.

Sus ojos, abiertos por la severa presencia con la que se encontraba, le facilitó al corazón mantenerse quieto, y cuerdo de la misma forma, para tomar aire y no querer apartar la vista de quien al frente contemplaba. Cuando lo había visto simplemente lo ignoró, había sido en Versalles y siguió como si nada.

Pero ahora era diferente. ¿Qué cambiaba? Fitzwilliam se acercó a escoltarla. Y no estaban en Versalles. Estaban en París.

⎯Su Majestad ⎯fue Lumie quien la sacó de su ligero trance, jalando por detrás su vestido⎯. Su Majestad...

⎯Creo que tengo que hacer algunas cosas antes de regresar al palacio ⎯mencionó Cristina María sin dejar de ver al mosquetero. Se daba cuenta de este imperioso gesto y se giraba hacia sus doncellas⎯. Este caballero me escoltara después de hacer mis deberes.

⎯Su Alteza ⎯Amanta dejó caer un gemido⎯. ¿Está segura de eso...?

⎯Estoy muy segura. Permitan decirle al rey que me siento en mal estado y que volveré a Versalles después, en la madrugada  ⎯Cristina María asintió⎯. Pueden marchar ahora.

Tanto Lumie y Amanta se encontraron mirándose con la misma expresión que acurrucaba cada vez que Su Majestad tomaba este tipo de decisiones. 

Fitzwilliam se inclinaba ante las doncellas, con dotes del caballero del que era prestigioso. 

Cristina María echó otra ojeada hacia sus doncellas y éstas fueron quienes no pudieron remediar lo que había dicho, y aún así se complementaron para andar hasta la carroza.

Su Majestad apenas inclinó su rostro.

El mosquetero se quitaba su sombrero para comenzar el sonido de los caballos en el jalar del carruaje. La llevaba a una de las pocas posadas dónde nadie miraba ni veía. ¿Era su corazón quien seguía...? ¿Su mente?

La manera en la que se volvieron a observar fue de impaciencia, porque había sido Fitzwilliam la primera persona en quién pensó. Y ahora delante de ella estaba. Se sintió más nerviosa de lo que esperaba. 

⎯Su Majestad...

Cristina María suspiró.

⎯Ya no hay vuelta atrás. Por culpa mía...Charlotte ⎯quiso decir pero el jaloneo de aquel dolor le llevó las manos hacia su pecho⎯. Charlotte está lejos de su familia por mi culpa ⎯la gravedad de sus palabras daban incentivo a este doloroso tormento. Volvió a poner sus ojos en Fitzwilliam⎯. Yo no sé si sea posible seguir viéndote.

La corte real se había trasladado aquella noche a París al Louvre. Ameritaba ya los rumores del compromiso de los hijos de Francia y España. Verlo en Louvre hizo que su corazón golpeara con agonía el pecho.  

El mosquetero se propuso a irse pero se quitó el sombrero y miró a quien embelesado le ponía el alma y hambrientos de amor los ojos.

⎯Lo sé ⎯se atrevió a decirle Fitzwilliam⎯, pero yo no puedo huir de usted, Su Majestad. Menos ahora, que esto ha pasado.

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora