5. El espectáculo comienza

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Las manos de Cristina María de Francia ardían.

Ella era la que no apartaba el contemple. Abrigando el calor de sus manos sobre los guantes lanosos conseguía sostener la espalda recta y las palabras quedarían encerradas con ganas de salir libres y con tanta fuerza que el grito sería lo que no haría apartar la mirada del rey.

Los murmullos de pronto se acercaban. Y recogió el aire de la noche para abrazarlo y deshacer el mal augurio de su boca seca y sus manos cauterizando.

Miró detrás de la ventanilla y las voces de París ya se escuchaban.

⎯Su Majestad...

Cristina María se sorprendió un poco, y como saliendo de un sueño, arribó su atención a su doncella. Sus labios se sintieron muy indiferentes para contestar y la otra mujer nuevamente hablaba.

⎯Ya es hora.

Sonaron trompetas y la hidalguía pasaba a arrodillarse desde el primer momento.

Cristina María tragó saliva y sonrió con turbamiento.

Sostuvo sus encajes y temían que el ardor de sus dedos pudiera incendiarla a ella misma. Pero se dejó ver y gritaron Su Majestad, Su Honorable.

Su doncella descendió junto a ella y ajena a la atención de la princesa, el camino se abrió paso. Nadie se había levantado y Cristina María sentía punzadas en su estómago. La semejante partida del rey la estremecía.

Sus guardias reales pasaban a la par de ellas y al sostener el camino, vieron los escombros tomar vida y Versalles daban alusión de tocar el cielo.

Cristina María de Francia contempló el escenario con afinidad.

Su asiento iría al lado del asiento del rey, y estando allí dos de los príncipes antes de ella, contuvo la respiración al mirar que la ópera reparaba solamente en ella mientras subía y subía. La gracia no fue en ningún momento su ayuda y la gente arrodillada le servían. No verles las caras le traía desagrado. Le gustaba que la gente le mirara el rostro al dirigirse a ella. Pero siempre se arrodillaban. Y Cristina María subía y subía con desasosiego.

Miró a sus hermanos que también se inclinaban y les murmuró que no lo hicieran

Su doncellas y sus damas de compañía ayudaron a sentarla y la pomposidad de su vestido quedó fija junto a ella.

Véronique pidió su retiro y ella se inclinó a los príncipes y por orden de Cristina María tomó asiento a su lado.

⎯No ha comenzado...

⎯Sí, Su Majestad. La Ópera...

⎯No vine a ver la Ópera, Véronique. Nadie vino aquí a ver la Ópera.

⎯Temo que tiene que esperar más, Su Majestad.

La princesa se arrimó en el asiento y se enderezó. Miró los escenarios y el que estaba oculto con cortinas. Se dobló de lado y no consiguió entrever el porte que pudieran dar los reyes en ningún rincón.

Se sumaron las encarnadas de un lindo y extravagante duelo entre cantos dueños de la parsimonia que arribaba junto a las voces y el ajetreo de Versalles. Puesto que todavía no se sentía la llegada por ningún lado de aquel deslumbrante circo que París pondría su juicio, Cristina María escuchó un gemido de Véronique.

⎯Los convocadores, mi Señora...

⎯¿Qué sucede?

⎯La presencia de Su Majestad quedaría bien vista si se entabla conversación que beneficie hasta su mismo padre ⎯Véronique se levantó y se inclinó murmurando una disculpa⎯ Lamento decir que tendré que ir yo en su lugar.

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora