23. Conviviendo con Satanás

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Los pensamientos de la ahora princesa de asturias se desplomaban en repetidas dolorosas y melancólicas desesperaciones. 

Al ser esposa del príncipe heredero de España, muchas cosas habían cambiado.  Sin embargo, aún no habían partido a España. 

Los recién casado se encontraban en las fronteras de Francia y Bélgica. 

La entrenaban distintas doncellas y mujeres de la alta corte española, no obstante, entonces, para ser considerada la futura reina de España. ¿Reina de España? Cristina María quería reírse por tal consideración. En el mundo dirigido solo por hombres, jugaba un papel al ser princesa de Francia, pero ahora sería la reina de España y su papel no era importante. 

Así eran las cosas. Las mujeres…las mujeres como Cristina María no tenían opción. El matrimonio no era por amor. Eran asuntos de estado. Sin treguas ni pelos en la lengua ya se indicaba un heredero a la corona de España, dicho esto porque Cristina María sufría dolores de cabeza y tenía que sentarse. 

Por parte de José Fernando, era un caballero tan amable y bueno hasta el punto de hacerle sentir mal por no amarlo. Pero los matrimonios europeos estaban hasta el tope de matrimonios sin amor, sólo por política, sólo por conveniencia y nada más. 

 ¿Qué otra cosa mejor que desposar a las más grandes monarquías? A costa de, posiblemente no la felicidad de José Fernando pero sí la de Cristina María. Se sentaba mirando el ventanal y miraba el horizonte. Vio su vida pasar y llegar hasta el final, en su lecho de muerte, siendo una reina infeliz.

Pero muchas veces había querido sentir el mismo deseo por José Fernando. Aunque Cristina María tuviera en sus pensamientos siempre a Fitzwilliam.

Pensó en su padre. 

El único hombre al que se había doblegado. No había hombre en la tierra que la hiciera ser un manojo de temor y de admiración. Ese era su padre, a quien Cristina María consideraba su gran amor. Amaba a su padre, y sabía que él también la quería, pero abandonarla en un lugar tan distinto a su hogar. Echarla así…Cristina María había sentido un profundo dolor y por días lloraba en su alcoba, gritando a las sirvientes y sin ganas de ver a José Fernando. 

Desde que niña y su padre la abrazaba en las noches, leyendo cuentos o simplemente esperando que se durmiera, supo que no era igual a su madre, a su abuela…

Mujer. La sola palabra había estado haciendo de ella un ser que quedaba fuera de la política y con fuerza. A medida que crecía  observaba como se dejaba a un lado sus condiciones por el motivo. No comprendía cuando era una niña. 

⎯Eres una mujer. Y las mujeres, deben callar, de ser necesario.

Había dicho una vez su abuela.

Y así lo hizo Cristina María. No opinaba en lo absoluto con todos los quehaceres. Sólo le enseñaban a que, cuando cumpliera la edad exacta, se casaría y tendría que ser una esposa de culto. Y no sólo por eso; era porque tenía un distintivo diferente a cualquier mujer de su nación. Era hija del rey. Entonces, a la pequeña princesa se había entrenado en muchas áreas, porque le gustaba leer mucho. 

Aunque en algunas ocasiones se lo prohibían porque leer mucho traía condiciones que ni su padre ni su madre iban a tolerar. Su tío Felipe, su apreciado tío, había sido para Cristina María de los más importantes en su vida. Tenía el amor de su padre, pero carecía de su tiempo. Y en su tío, tenía tiempo y amor. 

Le debía mucho, y de no haber sido por el adiestramiento suyo,  nunca hubiera leído sobre mujeres. Cristina María sabía de la tensión entre su padre.

⎯¿Por qué te vas? No te vayas…⎯suplicaba Cristina María. Ella lo abrazó⎯. No me dejes sola…

⎯Mi bien linda querida, yo nunca te dejaré sola ⎯Felipe de Orleans le tomaba su rostro y le plantaba un beso en la frente⎯. Sabes que te adoro. Ven a visitarme. Estás convirtiéndote en una mujer, y las mujeres, Cristina María…⎯Felipe la miró directamente a los ojos⎯…también son reinas.

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora