91. Roguemos al señor

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La bala dio justo al lado del pecho. Los soldados se detuvieron a la orden del estallido y Cristina María se giró con prontitud, soltando el sable. 

Cayó el cuerpo de Catalina sobre los brazos de Santos y empezó a palmear su pecho mientras se empezó a ahogar con su propia sangre.

La conmoción que esto dio al hombre que la sostenía lo atontó por unos momentos hasta que la escuchó decir:

⎯Ahora que ella está muerta, puedo morir en paz.

La mirada de Santos, pérdida en aquella conmoción, no creía, estar viendo a la culpable de todo el infierno que estaba viviendo.

Sin ninguna pizca de humanidad frente a ella, se oyó otra vez.

⎯Te ruego que dejes en buenas manos a mi hijo...porque sus dos padres no vivirán más...para verlo crecer ⎯y expiró con las siguientes palabras⎯. Es lo único de lo que me arrepiento.

El silencio que se esfumó en ese instante fue largo y tan austero que nada se oyó.

Fue demasiado para procesar de inmediato. Pasaron los segundos, un minuto después, luego se sintió una eternidad. 

No sé escuchó algo más...no se escuchó nada

Santos sintió su último vaho salir desde sus labios. Las facciones eran similares a las de Charlotte. Con ojos dejando ver la pasada vida para finalmente, salir de su cuerpo. Y dejó otro cadáver más en el suelo cuando se levantó.

Cristina María miró atónita el cadáver sobre el reposo de la primavera.

⎯Hizo lo que hizo ⎯susurró anonadada, con la mano en su vientre y la otra en su frente ⎯. Sin recibir el castigo por sus crímenes...

⎯No seremos nosotros quien la juzgue, y tampoco será en esta vida terrenal ⎯fue lo único que Santos respondió.

Cristina María, entonces, se valió de tristeza.

⎯¡Ah! ⎯lanzó un grito feroz lleno de rabia⎯. ¡Desgraciada, desgraciada! 

Y Cristina María dejó salir alaridos con rabia mientras Santos la tiraba hacia atrás para que no se acercara al cuerpo.

⎯¡Tenía que pagar por lo que hizo! Sufrir y ver su caída en manos mías. ¡Se lo juré a Charlotte...! ⎯vociferó otra vez mientras Santos mandaba a llamar a que se tomara el cadáver y preparará otro cabello⎯. ¿A dónde vas...? 

⎯A recuperar la poca fe que me queda. 

Dejó Santos el mosquete sin balas para cabalgar con Forastero mientras lo seguían otros guardias. Cristina María se tambaleó por los sollozos de rabia y observaba ya de reojo lo que ya estaban dirigiendo a la carroza. 

⎯¿Cómo miraré el rostro de tu hija...? Y como me miraré yo al espejo...

⎯¡Una mujer huyó! ¡Huyó por el otro lado de Provins! 

El grito había sido aclamado por un guardia que señaló la cumbre dónde daba un camino de tierra. 

Pero Santos no prestó atención a lo que ellos, decían sino que con atención en dónde apuntaban a la otra caravana de soldados que con los mosquetes y cabalgando apuntaban hacia el camino por los valles. 

Santos detuvo a Forastero y éste rebuznó. Las cejas fruncidas en atención hacia el camino de Santos le hizo conducir al caballo en esa dirección. Picó espuelas y cabalgó deprisa hacia los pasos más adentrados de la colina. 

Grégorie no podía estar tan lejos. Y si era el mismo muchacho que aquella vez, lograría convencer de que al menos, una pizca de arrepentimiento debía nacer de él. 

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora