19. La entrada al paraíso

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Cuando el primer disparo había sonado, los primeros en alarmarse fueron los pájaros en la parte posterior de los árboles, arrumados en sus copas antes del disparo a fuego pleno. El corcel relinchó al obtener el sonido tan cerca de él.

Otra recarga vino desde Charlotte, volvió a acomodar el fusil sobre su brazo y mirada y apuntó.

⎯No le enseñaron que a las mujeres no se le subestiman.

⎯Lo único que no se subestima es la ira de Dios.

El disparo había caído al lado de una puerta de madera de un cuarto vacío. Los otros caballos comenzaron a unirse con la voz del primer corcel y no había nadie que impidiera los corceles abrumados por el inesperado disparo.

No era eso lo que le cuestionaba al hombre que permaneció un momento sin decir nada, asimilando en realidad que el disparo pasó cerca de él, sino los ojos inyectados de ira de la gitana. Bajó su mirada hacia la falda de la mujer.

⎯Entonces cree que hay posibilidad de que Dios vea a quien dice tener en tierra el derecho de juzgar como él, pagando su pecado lentamente aquí en tierra.

⎯Lo único que creo es que usted está loca.

⎯Sí, todos los hombres dicen eso cuando temen de una mujer.

El hombre no contestó sino que oyó el rumor de los murmullos azotando la parte trasera de los establos. Una mujer que apuntara a su señor no sería una buena manera de empezar el día, ni mucho menos a quien amenazara a su señor. Dio pasos hacia ella de una buena vez.

⎯Le volaré los sesos si se atreve a dar otro paso más.

⎯Debo decir lo mismo de usted ⎯respondió el Juez al detenerse cuando la punta del fusil estaba en su pecho⎯, pero para gracia de usted no seré yo, sino los hombres que van a entrar. No están acostumbrados a ver a una mujer armada.

⎯Me sabe a demonio. Igual usted cree lo mismo...¡Le dije que no se moviera!

Las voces estaban en la esquina. Su silencio fue primordial porque debía permanecer callado a su vez que pensaba de una buena manera en calmar a la fiera que se atrevió apuntarle y a los hombre que perderían la cabeza una vez vieran éste espectáculo.

Sus ojos grises volvieron a ella, quien también había oído los murmullos, pero daba a entender bastante bien que no era su interés.

Antes de siquiera pudiese parpadear Charlotte sintió el vacío sobre sus brazos cuando el fusil desapareció de sus manos una vez se lo arrebataba en un rápido movimiento, al mismo quien apuntó pero no dejó que lo hiciera cuando volvió a cogerlo y manejó de la misma manera para dar otro disparo que resonó ante la lúgubre noche que desencadenó corridas hacia ellos.

Antes de que pudiesen verlo, el Juez agarró su estómago con un sólo brazo, rodeando su cintura y la cargó hacia atrás directo hacia uno de los cuartos ocultos del establo donde apenas la luz de la luna sonriente parecía recordar iluminar.

Mientras el forcejeo ya no se recuperaba en el fusil sino en los pellizcos y los rasguños que le dejaba Charlotte sobre su brazo para que la soltara, ya que había notado que su manera de cargarla parecía sólo como si estuviese cargando a una hoja de primavera, ambos pararon con fuerza en la pared de madera que la hizo soltar un jadeo de dolor cuando su espalda chocó con el duro material cobrando que arrugara el rostro.

⎯Teme de la ira de Dios pero no la de una mujer.

Había dicho aún con los ojos cerrados comenzó a forcejear con el brazo sobre su estómago que tenía la fuerza de mil caballos en ese preciso momento.

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora