86. Un fantasma del pasado

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Sobre sus ojos estaba reflejado el encanto de aquel gitano, la similitud de las facciones de Eva María  produjeron arcadas por el trastorno del miedo, del miedo. La facha de  mujer bondadosa y buena, humilde y carismática.
No llevaba ya el nombre Carlota, o al menos no lo pronunciaba así, tal vez por aquello tampoco quiso creerlo. Y le sonreía con esos brillos en los ojos, haciéndole recordar un sinfín de cosas que creyó enterrar. Quería preguntarle al menos para asegurarse que no se estaba volviendo loca.
⎯No temas en tomar mi mano, por favor. ¡Déjame ayudarte! Qué París no perdona, ven, ¡Salgamos de aquí!

La había visto desde que dió la función en el circo y se bajó de la carroza. Treinta minutos antes, había ordenado a los mismos tres mosqueteros que comenzaran la persecución.

⎯Dime tu nombre, por favor.

Era un fantasma.

⎯Mi nombre, mi señora ⎯y ella sonrió⎯. Mi nombre es Charlotte. ¿Por qué razón está haciendo esto? ¿Por qué me ayuda?

Ese chal...y luego mirando su rostro...
Era Eva María riéndose de ella. Era Luisangel mirándola, sosteniendo su chal y su belleza.
Esa mujer de cabello rubio y ojos negros, bella y exótica, era la hija de Eva María . No había ninguna duda.
¡Yo te maté! ¡Yo te asesiné con mis propias manos! ¡Ahora vuelves de la muerte y no dejas de perseguirme y molestarme! ¡Cínica mujer, rendida de tu odio y tu aversión! Arrebatandome mi felicidad ¡Estas en frente mio! ¡Y tu hija, viva! Me mira con esos ojos! ¡Qué son los tuyos! Y no me dejan en paz.
⎯Perdí mi hija hace un tiempo ⎯era mentira. Debía acercarse a ella ahora que tenía la oportunidad.
Cuando Charlotte se perdió otra vez, Catalina desapareció en su carruaje.
Aquella noche llegó a destrozar todo lo que se encontraba. Se volvió loca. Carlota estaba viva, y vivía Eva María  junto a ella.
Se tomaba del pelo, temblando por el miedo, por la ira y por la furia, el dolor que no había jugado con ella hace tanto tiempo. Gritaba furibunda en desesperación.
"Ahora te apareces cuando soy más feliz, desgraciada. Pero si no la asesiné hace tanto tiempo, no perderé esta vez en hacerlo." 
Podía comprar a quien pudiese, pero no a quien quería, porque no todos los hombres se complacen con el dinero, y lo sabía. Su belleza no podía ser desapercibida, y nunca quiso entender la razón por la cual el propio ministro cayó bajo sus pies aquella noche que pidió verlo.
Su encantadora sonrisa aparecía con el brillo de las estrellas.
⎯Madame ⎯pronunció el ministro⎯. ¿En qué puedo ayudarle?

⎯Hay algo señor ⎯dijo desdichada Catalina al sentarse, se quitó su sombrero⎯, que sólo un buen hombre como usted puede hacer.

Catalina no quería ver más nunca a Charlotte. El ministro no quería ver más nunca a la princesa Cristina María y manejar a su antojo a su adorado hijastro, aquel gran señor al que había criado como hijo propio después de aquella gran protesta, en la que se había interesado puesto que antes de colocar los ojos en el Barón de la Feré, había puesto sus ojos en uno de los antiguos monseñores de la ciudad, Lion François.

Había un par de encuentros, pero antes de que cayera en sus garras, aquel ministro lo había acusado, claro que sabía la historia.

⎯Aborrezco a esos canallas ⎯dijo el ministro a su vez que se alzaba para brindarle vino⎯. No merecen vivir.

⎯Exactamente es lo que digo yo ⎯respondió Catalina⎯. Han hecho mucho mal. Y hay alguien en particular que no me deja en paz.

⎯Oh, ¿Quién puede interferir con la paz de semejante ángel del cielo? ⎯preguntó el ministro al verla y Catalina se levantó para acercarsele. Tomó en sus manos el vino.

⎯Compartimos los mismos pensamientos ⎯susurró Catalina con un dote de encanto que hizo al ministro ruborizar⎯.  ¿Hay algo...que pueda hacer yo por usted?

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora