14. Tres anhelos diferentes

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—Su Majestad.

Desde varias horas esperaba la princesa a la reina madre, quien formulaba gestos de sorpresa en el longevo rostro una vez notaba a su nieta. Al final se arrugaron las líneas de sus ojos en calidez.

Cristina María desataba sus manos con cierto nervio. Se alisó las faldas e inclinó la cabeza.

—Querida, ven aquí.

Cristina María dispersó cualquier pensamiento y tomó la mano de la reina madre antes de sentarse. A instante no dejó su abuela en dejarla pronunciar alguna palabra más, porque abarrotó sus palabras en el austero sentido del apreciado matrimonio que se consumiría dentro de lo que quedaba de año.

Escuchó con indiferencia lo que le decía, y no es que se contuvo. Todos tenían derecho a opinar lo que ella debía sentir, pero menos su propio corazón.

—A finales de este año.

La princesa volteó a mirarla.

—Se anunciará a finales de este año —repitió la reina con gratitud. No conocería aquella inesperada felicidad.

—Creo que el príncipe y yo deberíamos elegir cual fecha sería la correcta —Cristina María vaciló.

—¿No habías dicho que no estabas en posición, querida?

—Bueno…—Cristina María  tartamudeó—, dispongo —rodó los ojos y se irguió—. Conversaré con el príncipe.

—¿Lo harás? —la reina madre se miró asombrada—. Bueno, querida, ya era hora. Si tú quieres elegir la fecha de tu boda, sea dichoso. Tu padre estará muy contento. Tus hermanos igual. Yo estoy muy contenta.

—Abuela —Cristina María  le dijo y la reina madre se conmocionó, pero la princesa siguió sin prestarle atención—. ¿Crees que yo tenga la capacidad de reinar tus tierras? ¿Me crees capaz?

La reina madre la miró con delicadeza, sus manos ancianas fueron directamente a su rostro.

—Oh, querida. Eres la mujer más hermosa de este país. Serás la mujer más hermosa de España. Eres la única mujer con la posición más alta de la corte. Tú serás grande.

—Pero yo…—la princesa se ahogó en sus palabras—. Yo no sé si pueda…no me gusta estar lejos de mi hogar.

—Tu esposo será tu hogar.

—No quiero.

—¿Qué no quieres? —su abuela abrió sus manos.

La princesa no se aguantó.

—No quiero ser reina.

Ana de Austria miró a su nieta con no más que una conmoción.

—¿Pero qué cosas dices? Eres hija del rey. Hija de tu padre, debes ser reina, por supuesto. ¿Deshonrarás a tu alcurnia? ¡Qué dices! ¡qué dices!

—Lo que quiero decir, abuela, es que yo…

—¡Oh! ¡Calla! Jamás he escuchado cosa igual. ¿Una princesa que no se quiere casar? ¿Negar de la posición de reina, que quizás es la posición más elevada para una mujer? ¿Qué no quiere ser reina? Entonces, ¿Qué quieres ser? ¿Una esclava?

Cristina María  calló ante esto. Su abuela estaba siendo muy cruel.
Se levantó y tomó aire.

—Los esclavos —empezó Cristina María  con fuerza—, son también mi pueblo.

—¡Oh! ¡Oh! ¡Estás delirando! ¿Una reina sin igual? ¡España quedará bajo tu mando, querida! No digas esas cosas.

—Habías sido tú reina regente antes de mi padre. ¿No es eso acaso un logro también?

Por Estas Calles De París © COMPLETA [BORRADOR SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora