DIECIOCHO

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Sara

Sí, quiero.

Mis propias palabras se repiten una y otra vez en mi mente desde hace seis meses cuando las pronuncié. El anillo en mi dedo me recuerda constantemente que me casé con un maldito mentiroso, un bastardo que me engañó desde el principio. Creí en sus palabras, creí que de verdad se estaba preocupando por mí.

—¡Mentira!— grito.

Armando me engañó. Claro que se prendó de mí desde el principio, esa es la única verdad que dijo. Lo descubrí todo pocos días después de anunciar nuestro compromiso, lo escuché hablando con un ruso socio suyo, otro capo de la droga, es un corrupto. Quiere destruir a Gabriel y a la Santa Corona para adueñarse de sus territorios, ser administrador de la DEA sólo es una estratagema para hacerse con el poder. Lo escuché claro, el ruso es quien está a la cabeza de todo, me vieron escondida tras las puertas del despacho de mi padre. El ruso me agarro por el cuello y me amenazó, dijo que si contaba algo no sólo acabaría con la vida de mi madre y la mía, destruiría todo lo que amo, Gabriel, su familia, el bebé de Amara y Héctor que acaba de nacer. Me dijo que si no me casaba con Armando y me quedaba callada acabaría con todos ellos, La Mafia Roja, como llamó a su organización criminal, destruiría todo rastro de los cárteles. Tenía hombres de sobra para hacerlo, no sólo tenía a la DEA de su lado, también a sus propios hombres. Demasiados para que Gabriel, Bastian y Mario puedan salir victoriosos.

Le doy un sorbo a mi copa de vino.

—No puedes seguir bebiendo así, hija.

—Es la única forma de soportar el dolor, mamá.

—No debí haber aceptado que te sacrificaras por mí.

No puedo decirle la verdad, la pondré en peligro. Los ojos del ruso que me vigila se clavan en mí como puntas de flecha, veinticuatro horas al día detrás de mí. Como si me fuera a escapar de esta prisión de oro. Saben que no puedo hacerlo, demasiadas víctimas si lo intentara. La esposa de Mario, su pequeña hija Luna de cinco meses, su hermano Tadeo y sus hermanas, Sandra y Gala. Por otro lado están Bastian, sus padres, su hermana Camelia y Marcelo y su familia. Jairo, todos los trabajadores de la hacienda, no, no hay ninguna salida para mí. Nunca la hubo, mi padre lo sabía y, aun así, me envió a la boca del lobo. Conocía de los tratos de Armando con la mafia rusa, él mismo ha comenzado a hacer tratos con ellos.

—Voy a salir— le aviso al puto ruso.

—El señor no ha dado permiso— dice con su asqueroso acento.

—El señor no es mi dueño, quiero hacer unas compras.

—Debo avisarlo...

—Cállate de una puta vez, me das asco— lo interrumpo.

Emite un gruñido que me provoca una risa.

—Vamos, Simba, llévame a las tiendas, tengo que gastar el dinero de "El señor"— me burlo.

Cojo mi bolso del sofá, mi madre me sigue. Bajamos por el ascensor hasta el último piso, la jaula de oro está en el último piso del edificio de veintiocho pisos en Arlington, cerca del Pentágono y la sede de la DEA donde trabaja Armando. El ascensor se detiene en el parking, empujo al ruso con mi hombro, realmente lo odio con todas mis fuerzas. Su gruñido vuelve a hacerme gracia, si no puedo con él lo haré desdichado, tanto como lo soy yo, no voy mentirme a mí misma, me gusta enfadarlo, no puede tocarme, Armando se lo tiene prohibido, a no ser que intente escaparme. Me subo al asiento trasero del coche con mi madre, el ruso se sube en el lado del conductor, pateo la parte de atrás de su asiento.

—¡Oh Dios!— exclamo fingiendo preocupación— Lo lamento tanto.

Aprieta el volante con sus manos hasta que el cuero comienza a crujir.

EL PATRÓN #2 [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora