CAPÍTULO 16

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—Soy intersexual.

Ostras. Vale, me esperaba algo totalmente distinto, pero esto... Guau. No sé qué decir ni cómo reaccionar. Irene sigue sin mirarme, pero veo morder su labio nerviosa, esperando a que diga algo, pero es que de verdad que no me salen las palabras. ¿Intersexual? He escuchado la palabra, claro, pero no tengo muy claro si sé qué es exactamente y tengo miedo de cagarla diciendo cualquier tontería que pueda ofenderla.

—¿Sabes lo que es? —pregunta ella al ver mi aparente desconcierto.

—Sé que está en las siglas de la comunidad, pero... Ni idea, la verdad.

—¿Y hermafrodita?

—Aaaaah, ya... Espera, ¿qué?

Venga ya, ¿es en serio? Tiene que ser coña. ¿Eso existe de verdad? Pensaba que era solo mitología. Pero entonces, eso significa que tiene pene, ¿no? Es como si fuera una chica trans, así que mi idea no se encontraba tan alejada de la realidad. O eso creo. Madre mía, acabo de darme cuenta de lo completamente ignorante que soy con este tema.

—Pero ese término no me gusta y actualmente no se usa, el correcto es intersexual —me explica ella atreviéndose por fin a sostenerme la mirada por más de tres segundos seguidos.

—Espera, espera... ¿Quieres decir que...?

No puedo terminar la pregunta sin mirar antes su entrepierna, donde hace unos días me senté queriendo calentar su almeja y encontrándome sorprendentemente con una salchicha. En serio, tengo que dejar de escuchar a Lucía, no me está haciendo bien. Irene cierra sus piernas un poco incómoda y desvío la vista rápidamente. Dije que no quería hacerla sentir mal y es lo primero que estoy haciendo, soy idiota.

—Por favor, no mires ahí.

—Perdón, perdón —me disculpo rápidamente—, es que estoy flipando. Literal tienes lo mejor de los dos mundos —digo soltando una risa nerviosa que no hace más que aumentar su incomodidad. En serio, Lucía, deja de apoderarte de mí.

—No me hace ninguna gracia, Carla —contesta ella un poco ofendida—. No tendría que haberte dicho nada.

Irene hace un amago de irse como aquel día, pero no pienso perder la oportunidad que me ha dado de escucharla sin juzgarla y comprenderla, así que agarro su mano y tiro hacia abajo para volverla a sentar. De paso, aprovecho este contacto para darle suaves caricias en el dorso.

—Lo siento, soy muy tonta cuando me pongo nerviosa, pero no lo hago con mala intención, te lo prometo. Mira, no tengo ni idea de lo que es la intersexualidad y seguramente meteré la pata miles de veces soltando comentarios inoportunos, pero quiero aprender. Sé que no tienes el deber de educarme sobre este tema, pero te agradecería que me dieras la oportunidad de conocerte.

Irene me mira conmovida y entrelaza nuestras manos, ambas sonreímos al instante. Ella parpadea varias veces para espantar la emoción de sus ojos y cambia de actitud mostrándose más serena y abierta a responder mis preguntas por muy infantiles que puedan sonar algunas.

—De acuerdo, pero primero quiero dejar algo claro —dice poniéndose seria otra vez—. No quiero que mires mi cuerpo como si fuera algo horrible, ni tampoco con morbosidad. No quiero cumplir tus fantasías sexuales ni nada de eso. Mis características físicas son diferentes de las de otras personas, pero eso no me hace ser un bicho raro. Soy una persona normal y corriente.

—Lo entiendo, Irene. Nunca te haría sentir mal a propósito, y si alguna vez lo hago es sin darme cuenta, te lo aseguro.

—Bien, pues adelante entonces. Pregúntame —me anima ella sin soltar aún mi mano, y eso me agrada, siento que en cierta manera le da seguridad. O sea, yo le doy seguridad. Me gusta.

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