CAPÍTULO 20

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—Soy como un ibuprofeno, valgo pa' to' —le digo a Irene mientras le curo la herida de la rodilla.

Hoy era día de partido y a la pobre la han acribillado a faltas ocasionando que en una de las caídas se haya raspado toda la rodilla. A pesar de que debe de escocerle muchísimo, está aguantando bien el dolor, yo en su lugar estaría gritando o llorando.

En cuanto acabó el partido tuve casi que arrastrarla hasta la oficina de Bea y luego convencerla de que me dejara curarla yo misma. No lo hago porque curarle heridas a la gente sea mi pasión oculta, sino porque me gusta aprovechar cualquier mínimo momento para estar con ella, y por suerte, Bea nos ha dejado a solas en su oficina porque tenía que arreglar algo en el baño común de las profesoras.

—No hacía falta que lo hicieras.

—Pues claro que hacía falta. Seguro que tú simplemente hubieras metido la rodilla bajo el grifo, pero estas cosas hay que curarlas bien y con mimo, como yo estoy haciendo —digo soplando en la herida de vez en cuando para que no le escueza.

—¿Cómo me conoces tan bien? —exclama sorprendida.

—Eres muy predecible —respondo encogiendo los hombros.

Irene me patea el costado sin fuerza alguna y con mucha facilidad aprovechando que está sentada sobre el escritorio de Bea. Podría devolvérsela, pero ya bastantes golpes se ha llevado hoy. Termino de limpiarle la sangre seca que ha quedado alrededor y cojo unas tiritas del botiquín.

—Suerte que no estabas en el dormitorio cuando pasó toda la pelea —comento recordando que Sofía aún no ha salido de la cueva después de tres días, debe estar volviéndose loca ahí dentro.

—Sí, estaba en la biblioteca, pero aunque hubiera estado allí no me hubiera metido —aclara ella—. Las peleas no van conmigo.

—Listo —digo tras asegurarme de que la tirita está bien puesta y no se despegará fácilmente.

Irene tiene la intención de bajarse ya de la mesa, pero pongo las manos sobre su regazo para quedarnos un rato más. Durante los pocos minutos que he tardado en hacerle la cura he tratado de no mirar hacia una zona en concreto de su cuerpo, pero a veces me resulta inevitable. Me sigue pareciendo de ciencia ficción su condición, a pesar de que es más normal de lo que la sociedad, yo incluida, pensamos.

—Tengo una pregunta —suelto de pronto.

—¿Otra más? ¿No fueron suficientes las del otro día?

—Ya había pensado en esa pregunta, pero no me atreví a hacerla —le aclaro.

—A ver, dispara.

—¿Se te puede...? —Alzo el puño e Irene abre los ojos automáticamente—. O sea, que si puedes tener erecciones.

—Ya, ya —me interrumpe conteniendo la risa nerviosa—. Con tu descripción gráfica me ha quedado claro a la primera. Sí, las tengo —reconoce con un poco de vergüenza.

—Entonces si hago esto...

Aprovechando que lleva un pantalón corto de deporte, paso mis manos por el interior de ellos con toda la intención de jugar a molestarla un poquito, me hace gracia cuando se pone tan nerviosa como lo está ahora. Ella se tensa en seguida y cierra las piernas como acto reflejo.

—No, no —Saca mis manos rápidamente—. No hagas nada, que te veo venir. Además, tampoco te creas que tengo ahí un tronco, es más bien pequeño. No deja de ser un clítoris, solo que un poco más grande de lo normal.

La sincera respuesta de Irene me hace soltar tal carcajada que incluso temo que llegue a escucharse hasta en el despacho de la directora. Ella intenta no reírse al principio y parecer molesta, pero al final no puede disimularlo por mucho tiempo y se ríe solo un poco.

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