22. El ladrón.

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    Me estaba alistando para el baile y la subasta de los Miller con la ratita dormida en una cama que le tuve que comprar, al final me estaba gustando tenerla.

   Antes de vestirme me decidí por fin en saber que había en la memoria que me regaló Jake, la introduje en el portátil —No lo había hecho antes porque sinceramente se me había olvidado entre tantos exámenes—. Y solo había una carpeta que decía «gatita».

     Cuando la abrí, me di cuenta de que era una canción que estaba nombrada como Media noche. Cuando la escuché supe que en realidad se trataba de una triste melodía de piano y lo que me sorprendió es que era mi canción, la misma con la que nos acostamos en el rascacielos. Los recuerdos inmediatamente me invadieron y sentí una agradable sensación al pensar en él, una embriagadora y placentera.

      Pero fui interrumpida por el sonido del timbre, antes de que mi ratita se despertara me fui corriendo a abrir, —Giorgio estaba encerrado con una conquista—. Así que me tocaba a mí hacerme cargo de la puerta.

     Cuando vi a mi madre en el umbral de la puerta con la mirada clavada en el suelo y las manos unidas, me pareció tierna, no fui capaz de reprocharle nada y simplemente me hice aún lado para que entrara. Ella pasó tímidamente sin decir nada y se sentó en uno de los muebles, quiso decir algo pero se contuvo.

—Está bien mamá —dije encogiéndome de hombros—. No pasa nada.

—No sé cómo decirte cuanto lo siento, lo he dicho tantas veces que me da vergüenza —respondió sin verme—. Que bonita melodía hija.

     Estaba todavía sonando la música desde mi cuarto y asentí, realmente Jake tocaba muy bien.

—Perdóname, te mandé un mensaje felicitándote por tu cumpleaños, pero no recibí respuesta alguna —hice silencio y ella carraspeó—. Sé que no fue la manera más bonita, es que hija, yo... Voy a cambiar.

     Cambiar. Recordé las palabras de Jake, sobre mi manía de querer cambiar a mi madre.

   Así que negué varias veces con la cabeza. —No lo hagas, mamá.

  Entonces repentinamente sonó unos gemidos después de que acabó la melodía.

—Dios mío ¿Estabas viendo porno, hija? —cuestionó ella agrandando los ojos.

—¡No!

  «Estúpido Jake».

   Me fui directamente al cuarto quitando la memoria con los ruidosos gemidos y guardándola en un cajón. No me di cuenta de que mi mamá me había seguido y ahora veía el gran vestido que hoy me pondría.

   Lo miró sonriendo tristemente y luego se sentó a un lado, no entendía que le pasaba.

—Hoy es la subasta de los Miller —ella asintió—. Te quería invitar pero...

—Lo sé, no hace falta que lo digas hija —hizo un ademán con las manos—. Solo me doy cuenta de que no he podido darte todos los gustos que antes tu padre y yo te dábamos.

—¿Por qué me lo dices?

—Porque soy una mala madre, lo siento por prometerte tantas cosas y al final no hacerlas.

—No es tu culpa, no tengo por qué obligarte a hacerme promesas que sé que no cumplirás —me encogí de hombros y tomé a la ratita en mis brazos—. Después de todo eres mi madre.

—¿Y esa cachorrita tan bonita? ¿Te la regalaron? —asentí—. Que yo sepa te gusta son los gatos.

—Así es.

A media noche, empieza nuestra noche © #1 AmedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora