23. El juego.

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—Hace días dijiste que sería la última vez —recriminé alejándome de él, pero obtuve lo contrario de su parte, me tomó la cintura y me puso ahorcadas sobre él—. Jake...

—¿A esta fecha todavía me crees? —rodeé los ojos—. Deberías ser más astuta Jess, pues dije que sería la última sí, pero del día cariño.

—¡Jake! —me eché a reír—. ¿Eres el que pone las cláusulas del contrato en letra pequeña?

—No, soy el que pone las cláusulas como un trabalenguas —me sonrió y casi me derretí en sus brazos—. Patrick llévanos a casa.

—¿Por qué no asististe a la subasta? —pregunté mirando sus ojos dorados que tanto me encantaban.

—¿Y por qué asistir? —cuestionó—. ¿Para ver cómo subastan a la chica que me gusta?

—¿Quién te gusta? —pregunté y me arrepentí de inmediato.

—Ana, obvio —su respuesta irónica provocó que frunciera el ceño y sorpresivamente me dio un corto beso—. Quizás la tengo en frente de mí.

—¿Y por qué no apostaste por ella?

—Porque ella no es un premio, es un privilegio que no se gana con dinero —contestó con su boca en mi cuello.

—Me meterás en un problema Jake —dije entre jadeos—. Se supone que debo ir a cenar con el ganador.

—Justin no se lo molestará porque no aparezcas hoy.

—Es que Justin no fue quién ganó —. Apenas me escuchó se detuvo y me miró extrañado—. Fue el señor James.

—¿El papá de Ana? —cuestionó con una ceja arqueada—. ¿Él fue el que te ganó?

—Sí —asentí.

—Entonces no tendrás ningún problema, trabaja para mi padre —se encoge de hombros, despreocupado—. Y entérate cariño, te he salvado de un depredador sexual.

—¿Cómo?

—Sí, tiene fama de violador —dijo tranquilamente—. Pero el bastardo lo tiene todo muy bien camuflado.

—Con razón.

—¿Por qué? ¿Qué te hizo? —preguntó tenso—. Si te tocó un solo pelo Jess, considéralo hombre muerto.

—Me estaba acosando y lo peor es que nadie se daba cuenta. —contesté queriendo olvidar la horrible cara de ese hombre—. Solo intentó posar su mano en mi pierna pero no...

—Destruiré a ese bastardo.

—¿Qué?

—Como lo escuchas —informó con una mano en mi barbilla—. Nadie tiene derecho a tocarte sin tu consentimiento, ni siquiera yo.

—¿Ni siquiera tú? —interrogué viendo sus brazos alrededor de mi cintura de manera divertida—. ¿Y por qué lo estás haciendo?

—No me has dicho que no —sonrió coqueto.

«Dios mío». Como me encanta esa sonrisa hermosa.

—No.

—Como digas, gatita —me soltó de inmediato y yo hice un puchero por el frío que sentía sin sus caricias—. Tú lo pediste, yo lo hice.

—Solo bromeaba, Jake. Vuelve a hacer eso.

—¿Qué cosa? —enarcó una ceja.

—Tocarme. Por favor —admití un poco tímida.

—¿Quieres que te toque?

—Quiero que me toques, Jake —susurré.

—Ahora ya no quiero...—mi boca se entreabrió en indignación y él me miró divertido—. Soltarte más, gatita.

A media noche, empieza nuestra noche © #1 AmedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora