Cuando un corazón se lastima una vez, ¿puede volver a amar?
Angie es una mujer fuerte, ha sobrevivido a la muerte de su hija y a un difícil divorcio. Su vida ha continuado su curso como cualquier otra. Es fotógrafa profesional y periodista. Trabaja...
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Angélica Zamora miraba, con expectación, la carita de su hija a través del vidrio de la incubadora. Habían sido unos tormentosos seis meses desde que supo que sería madre. Recordó, con angustia, que no le agradaba aquella idea; había pensado que, tal vez, no sería lo más indicado y que debía terminar con ese embarazo. Tenía muchas cosas más por hacer antes de siquiera pensar en formar una familia. Ahora se mordía las uñas e intentaba todo lo que podía por no romper a llorar. Lo único que deseaba era escuchar a alguien con bata blanca diciendo "su hija estará bien, tenga fe".
Los médicos le habían informado que la niña no daba muestras de seguir con vida, puesto que los pulmones no estaban funcionando de la manera correcta. El pediatra había explicado algo sobre una sustancia llamada surfactante, que la niña no la producía, que debían administrarla de manera artificial y que la pequeña no estaba reaccionando como se esperaba. Angélica suspiró, muy en el fondo sabía que no había esperanza para su pequeña hija, pero no quería creerlo.
Y sí, era muy pequeña. Apenas un poco más grande que su mano. No llenaba ni la mitad de la incubadora. Tercamente las lágrimas inundaron sus ojos. ¡Maldita sea! Angélica daría todo lo que fuera con tal de ver a su hija mejorando. Debía ya admitir que esos dos días habían sido más que suficientes para saber que su niña no sobreviviría.
—Ve a descansar —sugirió su madre mientras la abrazaba con ternura—. Necesitas salir de este lugar. En unos minutos vendrán a pedirte que te retires.
—No —se rehusó Angélica. Su obstinación parecía un muro de hielo—, va a morir y quiero estar aquí cuando se vaya. Quiero mínimo darle eso.
Su madre no pudo más. Escuchar esas palabras provenir de su hija le partieron el alma. Soltó a llorar y prefirió mejor abandonar sola la estancia. El esposo de Angélica lo había tomado incluso peor: ni siquiera se había presentado en el hospital para ver a la niña. No, él decía que no podía hacerlo, que no vería a su hija muriendo en una incubadora. Tampoco se dignaba a darle apoyo a Angélica. En todo ese tiempo, desde que ella llegara al hospital con una fuerte hemorragia, él se había presentado una sola vez para informarse sobre Angie y, al día siguiente, tras conocer la terrible noticia, se había ido a casa de sus padres a recluirse. Angélica estaba pasando por todo eso ella sola.
El párroco, amigo ya de la familia, había llegado varias horas antes para darle a la niña el nombre de Valeria Hernández Zamora.
Después de todo, entonces, Angélica no sería madre.
<<De verdad te agradezco mucho que decidas leer mi historia. Esta la escribí hace algunos años cuando tenía mi corazón muy lastimado y creía que jamás podría volver a amar. Angélica y Brad tienen una parte muy grande de mí, por eso a esta historia le tengo mucho cariño. Espero que la disfrutes tanto como yo disfruté escribiéndola.>>