7. El concierto

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Canción: Disturbed - Darkness


I

Angie debió explicarles que necesitaba regresar a su casa, así que se subieron al taxi y ella pidió al chofer que los llevara a ellos al Centro de Convenciones, pero que a Angie la dejara en el Metro más cercano.

En cuanto cerró la puerta de su casa se sintió como al borde de un precipicio. No estaba manejando correctamente las emociones que revolvían sus entrañas. Se sentía feliz, pero también sentía muchas ganas de llorar. En algún rincón de su cuerpo estaba una Angie aterrada.

La sonrisa de Brad estaba marcada en su mente, así también su manera agradable de ser con ella y esa felicidad que le provocaba la aterraba.

Angie había creído que eso jamás le volvería a suceder... había creído que jamás sentiría algo por algún otro hombre. Por nadie.

Amy le agradaba tanto como Josi.

Josi. Ya no había pensado en ella. ¿Cómo estaría ella en ese momento? Ya no habían vuelto a hablar. Josi había explicado que tenía que ir con su familia a Oaxaca, pues era allá donde sus tíos vivían, solo que los vuelos estaban saturados. Tal vez encontraran un lugar el lunes.

¿Ahora qué haría el boleto que ambas habían pagado para ir a Acapulco? Qué iba a hacer Josi? Ese dinero no era reembolsable, las reglas eran claras: una vez pagado el boleto no se admitían devoluciones. Pero esta debía ser una causa de fuerza mayor, ¿no?

Angie ya no pudo evitar las lágrimas al recordar lo que había sucedido a su amiga. ¿Cómo una vida podía cambiar así de rápido? De un momento a otro... Recordaba a los tíos de Josi, el único hermano de su madre, y aún no podía creer que estuvieran muertos, así, tan rápido.

Caminó hacia el baño. Se miró al espejo y retiró las tiritas de la frente. Los cuatro puntos eran pequeños pero definitivamente se veían. No se podía esconder esa herida tan fácil. Que bueno había sido que Brad no tuviera heridas tan visibles como ella.

Tal vez Brad se sentía culpable porque desde entonces la trataba muy bien. La había aceptado en su habitación y le había brindado la comodidad de su cama. Todo bajo un ambiente respetuoso.

Suspiró.

Angie tomó una esponja de baño y la empapó con jabón y agua, la pasó por la herida para limpiarla. Dolía, la herida aún estaba fresca.

Después contestó un mensaje de su hermano. Le explicó cómo se sentía ahora y lo bien que se pasó la tarde con ellos.

—No te fue nada mal, ¿verdad? —escribió él—. Incluso te quedaste a dormir con tu roquerito ese.

—No es mi roquerito. —se defendió ella—. Charlie me pidió que me quedara. Más bien me obligó como si fuera su hija.

—Me agradó cuando hablé con él. ¿Te trataron bien?

—Estuvo bien.

Cuando su hermano ya no contestó metió el teléfono de vuelta al pantalón y colocó otras dos tiritas a la herida.

Su roquerito.

Brad era agradable después de todo. Aunque ya no era tan roquero como había sido hace trece años. Y ella podía jurar que en el corto momento en que lo vio sin camisa pudo notar un tatuaje, ¿podría ser? Ya nada la podía sorprender respecto a ellos. Incluso podría pensar que el tan correcto Charlie también tenía tatuajes. Pero si los tenían nunca los mostraban. Solamente Brad dejaba un poco desabotonadas sus camisas, espacio por el cual no se podía ver ningún tatuaje, nada en realidad se podía ver... un collar, eso sí, un collar cuyo dije parecía un anillo de oro, y tal vez lo era.

Rojo Amanecer ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora