*.☆Capitulo 23 *.✧

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El señor Kido observaba a los chicos con una sonrisa cálida, mientras ellos hablaban entre sí con entusiasmo, organizando los detalles de lo que estaba por venir.

Al mirar la hora, Kido les pregunta si desean comer algo. Sabía que pronto tendrían que despedirse de su tierra natal, ya que en dos días partirían rumbo a Japón, donde continuarían sus estudios y se prepararían para el futuro.

Aioros asintió con energía, aceptando la invitación. Los demás lo siguieron con la misma disposición, bajando por las escaleras hasta que el joven Kido les hizo una seña para que lo acompañaran hacia el comedor del hotel. Era un buffet amplio y elegante. Kido se sentó en una gran mesa en forma de U, y los muchachos se acomodaron a su alrededor. Para Kido, la comida era exótica, diferente, pero se sintió a gusto, sobre todo al ver que los chicos disfrutaban y se sentían en confianza.

Después de la comida, Kido los llevó consigo a la recepción, donde solicitó dos habitaciones adicionales y las pagó sin decir mucho. Los chicos se miraban entre sí, sorprendidos. Nadie jamás había hecho algo así por ellos. Venían de una vida marcada por la pobreza, el hambre, los abusos y, quizá lo más doloroso, la indiferencia de quienes los rodeaban.

—Señor Kido —dijo el más pequeño del grupo, con una voz tímida.

Kido se giró y lo miró con atención.

—¿Sí, dime?

—¿Qué es lo que está haciendo? —preguntó con curiosidad, mientras observaba cómo el hombre entregaba dinero a la recepcionista.

—Estoy pagando por dos habitaciones más —respondió Kido con calma, notando de reojo la mirada atenta del niño de ojos azules—. Para que puedan dormir cómodamente estos dos días.

—O sea, hoy y mañana —aclaró el pequeño. Kido asintió.

—Así es, pequeñín —le dijo con una sonrisa amable.

Aioria se alejó en silencio y se dirigió hacia su hermano, que descansaba en un sofá. Lo abrazó por la cintura, buscando consuelo.

—¿Qué pasa? —preguntó Aioros, notando el gesto de su hermano.

—Solo pensaba en que solo estaremos aquí hoy y mañana —dijo con una mezcla de tristeza y alegría; emoción por viajar, nostalgia por dejar su hogar.

—Bueno —intervino el gemelo menor—. No está mal irnos mañana. Así tendremos un día para despedirnos de este país como se debe —comentó, metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón, con una sonrisa resignada.

A lo lejos, Aioros suspiraba con melancolía. Kanon, por su parte, sentía una inquietud constante, no por el viaje en sí, sino por la seguridad de su hermano. Saga representaba una preocupación distinta: irse a un lugar nuevo donde nadie los conocía le parecía tanto emocionante como aterrador.

Kido, sereno, estaba feliz. Ya no estaría solo en su vida. Cada uno de ellos, desde su rincón, tenía perspectivas distintas sobre lo que estaba por venir. Y así, cada quien se retiró a sus respectivas habitaciones. Saga y Kanon compartían una, al igual que Aioria y Aioros. Kido, en su propia recámara, se echó en la cama, con las manos detrás de la cabeza, sonriendo.

Saga observó el cuarto con asombro; nunca habían tenido un lugar así para dormir. Un tocador, una cama suave. Dejó su maleta en la cama y se recostó, soltando un suspiro.

—Creo que la suerte vino por nosotros —dijo feliz. Kanon lo miró de reojo mientras buscaba algo en su maleta.

—Saga —llamó, con voz seria. Saga lo miró.

—¿Crees que el señor Kido sepa lo que estás pasando? —preguntó, apretando con fuerza un frasco de medicamentos.

—No tiene por qué saberlo —respondió Saga, con voz firme—. Y si lo sabe, entonces tendremos que estar preparados para lo que venga.

Kanon suspiró. Esa no era la respuesta que esperaba. Dejó las pastillas sobre el buró, esperando que su hermano se las tomara. Pero Saga solo murmuró y le dio la espalda.

—Por el amor de Zeus, tómatelas —dijo Kanon con seriedad.

Saga negó con la cabeza y se cubrió con las sábanas. Kanon se las quitó y fue entonces cuando vio el conflicto que su hermano vivía: su cabello cambiaba de gris a azul, murmurando "sálvame" con una voz casi apagada. Kanon tomó el teléfono y llamó a recepción para pedir un vaso de agua y toallas. Al llegar los objetos, Kanon tomó la mano de su hermano y lo acarició, ocultando su propio miedo.

—Calma, Saga. Calma —susurró, acariciando su cabello bicolor y sus ojos enrojecidos por el conflicto interno.

—Es tu maldita culpa —gritó Saga, o más bien Arles, con furia—. Si no fuera por ti, no estaría así.

—Lo sé, Arles... lo sé —respondió Kanon con suavidad, acariciando su rostro.

Saga lo sujetó de las muñecas, pero Kanon retrocedió y, con firmeza, lo sujetó y le ató las manos con una sábana, colocándose sobre él para evitar que se lastimara. Sus manos recorrieron su rostro y pecho, buscando calmarlo. Lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.

—Soy un verdadero idiota —susurró para sí mismo. Tocaron la puerta. Abrió, recibió el agua y las toallas, agradeció y cerró nuevamente. Se enfrentó a la mirada de su hermano.

—En serio, Saga, tómatelas —repitió con firmeza, ofreciéndole el vaso de agua y la pastilla.

Saga, o tal vez ya no Arles, abrió la boca. Kanon entendió que su verdadero hermano había retomado el control. Le puso la pastilla en la boca y lo ayudó a beber.

—¿Te sientes mejor? —preguntó el menor.

—Creo que Arles se está yendo —respondió Saga con una sonrisa débil.

Kanon sonrió también, con los ojos llenos de lágrimas. Le dio un beso en la frente.

Lo desató con cuidado, sin saber que "Arles" no se había ido del todo. Saga se durmió, y Kanon se quedó vigilándolo desde la orilla de la cama, con los brazos cruzados y la cabeza recargada en el colchón, como lo hacía desde los días en el hospital.

Mientras tanto, Aioria se levantó y se acercó a la ventana, contemplando la vista nocturna de Grecia. Con melancolía observaba los autos, la gente caminando, las luces parpadeantes.

—Ya no vamos a regresar, ¿verdad, hermano? —preguntó con voz baja.

—No, Aioria... ya no vamos a regresar —respondió Aioros, poniéndose detrás de él, apoyando sus manos en sus hombros.

—¿Qué crees que dirían nuestros padres? —susurró el menor.

—No lo sé, pequeñín... —respondió con ternura—. Pero ya es hora de dormir. Mañana será un día largo.

Aioros se fue a la cama, se arropó, y Aioria lo siguió. Hizo que su hermano alzara los brazos y lo abrazó. Así, se quedaron juntos, acurrucados, buscando consuelo mutuo.

Aioros suspiró. Sabía que su vida daría un giro de 360 grados. Pero al menos ya no estarían solos.

A la mañana siguiente, Saga despertó al sentir su mano húmeda. Era Kanon, que se había quedado dormido en la orilla de la cama, babeando.

Le acarició el cabello con ternura. Sonrió.

—Kanon, despierta —lo movió con suavidad.

—Otros diez minutos, Saga... aún es temprano —murmuró el menor.

Saga sonrió con dulzura. Miró el reloj: eran las 6:00 a.m. Su hermano tenía razón, aún era temprano.

—Tienes razón, hermanito. Vamos a dormir otro rato —dijo, revolviéndole el cabello.

Se levantó, lo cargó y lo recostó a su lado, notando que tenía la mejilla llena de baba. Se acostó junto a él, lo abrazó y se tapó con las cobijas. Juntos, volvieron a dormir, disfrutando de una calma tan escasa en sus vidas hasta entonces.

souvenirs à l'Alhambra [Ikki × Seiya - AU]  - Recuerdos del PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora