7: encerrados

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Era un día normal en mi vida de cantante, yo estaba subiendo al segundo piso de casa, lo más feliz del mundo.

MENTIRA.

No estaba tan feliz.

Había peleado con Tiago, uno de mis mejores amigos, y uno de los pibes con los que convivo.

Nunca había tenido una discusión fuerte, que nos lleve a no hablarnos. Era horrible, me sentía un poco vacío.

Y la cuestión, fue que al entrar a mi habitación, lo ví a Tiago dentro.

—¿Qué haces en mi pieza?— Entré y la puerta detrás mío se cerró.

Él me miró un poco sorprendido.

—Nada. Estaba devolviendote el buzo que me prestaste la otra vez.— Dobló la prenda de ropa y la colocó en el ropero.

—Te dije que te lo regalaba.— Le hablé con un tono medio enojado.

—No quiero tener un buzo tuyo entre mi ropa, ¿okay?— Me miró igual de serio. — Chau.— Se dirigió hacia la puerta e intentó abrirla.

Por alguna razón no lo consiguió.

—¿Por qué no abre?— Intentó varias veces más.  —¡Mauro no abre la puerta!

—Eso es porque sos un poquito inútil, bro.— Me acerqué a él. —Correte.— Le dije e intenté abrir. —¿Qué?— Intenté otra vez. —¿Por qué…?— La golpeé con mi cuerpo, pero no obtuve nada. —N-no… no abre…— Seguí intentando.

—¿¡Por qué no abre!?

—Emmm…— Me rasqué la nuca. — En realidad el picaporte estaba medio roto y… se ve que… no sé… se rompió por completo y ahora no abre.

Él me miró entre sorprendido y enojado.

—¿¡Vos me estás jodiendo!? ¿¡estamos encerrados en tu pieza!?

—No es necesario que grites, don histeria. Hay que llamar a los chicos. — Busqué mi celular.

Lo miré.

—¿¡Qué!?— Dijo.

—Mmm…— Pensé. —¿V-vos tenés el celular acá?

—¡No! ¿Y el tuyo?

—Lo dejé abajo…— Miré hacia otro lado.

Él hizo otro sonido de queja y sorpresa.

—¡Y ellos se acaban de ir! ¡Mauro vamos a estar todo el día y capaz toda la noche encerrados!

—¡Y por qué me gritas si yo no tengo la culpa!

—¡Sí, es tu culpa porque sabías que el picaporte estaba roto y no lo hiciste arreglar!

—¡Bueno no grites porque así no solucionas nada! — Exclamé. —La concha de mi re putísima madre.— Maldije tapándome la cara.

Tiago bufó y también se cubrió la cara.

—Te voy a matar, Mauro.

—No te preocupes que yo también me quiero matar.

...

Estuvimos no sé cuántos minutos en silencio y sin mirarnos.

Yo estaba acostado en la cama viendo el techo, y Tiago parado frente a la puerta. Cada tanto intentaba abrirla pero era al pedo.

—Te podés sentar si querés, los chicos van a tardar, Tiago.

Me miró y suspiró. Se sentó en los pies de la cama, dándome la espalda.

One shoots Litiago 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora