XXV. Supongamos

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Supongamos

Supongamos que danzamos

En un importante festival.

Supongamos que me amas

Y contigo soy feliz.

Supongamos que somos uno

Que nadie nos podrá vencer.

Supongamos que no sufrimos

En un mundo tan cruel como este.

Supongamos que sonreímos

Que somos todo esplendor.

Supongamos que no existe un pasado

Tan doloroso e inolvidable.

Supongamos que la vida

Nos da nuevas oportunidades.

Supongamos que no hay más soledad

Solo supongamos porque en realidad hay eso y más.



Quizás Inuyasha no había estado preparado para escuchar todo lo que Kagome le había confesado... todo era demasiado doloroso, horroroso. Él no imaginaba la cantidad de dolor que en ella existía, de solo pensar en su madre muriendo de una manera tan trágica, el estómago se le apretó. Él podría vivir toda su vida peleando con su madre, pero sabiendo sana y salva. Sabiéndola con vida, sabiendo que podría escucharla pelear, pero escucharla, verla, amarla aun cuando parecieran perros y gatos.

Kagome se sentía tan frágil entre sus brazos. Los sollozos continuaban, era como si fuese la primera vez que ella realmente dejara ir todo lo que sentía en su interior. Todo lo que llevaba tanto tiempo oculto dentro de ella, esa tormenta que no había dejado desatar hasta ese momento.

Su historia lo marcaría para siempre, entonces todos y cada uno de los poemas cobraron sentido para Inuyasha, todas y cada una de las cartas que ella escribía para su madre cobraron vida para él. Ella quería compartir todo con su madre, como no lo hizo en el pasado.

La apretó contra él, el nudo en su garganta era molesto, la manera en que sus propios ojos se cristalizaron ante el dolor de Kagome, ante la versión real y sin máscaras de ella, era demasiado para él. Kagome se estaba desnudando ante él, de una manera en que nunca antes nadie lo había hecho. Sabía que el que ella compartiera su historia con él le daba una enorme idea de cuanta confianza Kagome había depositado en él.

Un Poema Para TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora