Flores para idiotas

19 9 1
                                    

1 de mayo, 1983
Juana.

Las mañanas de los viernes siempre fueron mi parte favorita de toda la semana.

Aún más cuándo podía despertarme con el sonido de los pájaros que se infiltraban por mi ventana, mientras me levantaba de mi cómodo colchón-con-mantas y me calzaba unas pantuflas con forma de perro, que me habían regalado mis padres antes de irme de Grenville.

Desde ese día, pasaba la mayor parte de mi tiempo sentada en ese gran balcón.

No podía creer cómo no había visto desde antes esa vista de la ciudad; que solía creer desordenada y olorosa, ahora me parecía lo más lindo que había visto.

Y ya no pensaba en volver a Grenville.

Las estrechas calles con ese aroma a café y a perfume caro era la cosa que más apreciaba, iguales a las flores cuando pasaba por el parque, que estaban tan coloridas y resplandecientes por el gran sol, acompañadas por gente riendo y pasando buenos momentos sobre el único pedazo natural de la ciudad.

Caminaba sin apuros al trabajo, mientras algunas personas sonreían al verme caminar con tanta seguridad y alegría, que tal vez pareciera que estuviera dando brincos. Y tal vez otras me veían como una loca, que había estado tomando toda la noche.

Pero ya no me importaba en absoluto lo que los demás pensaban de mí.

Porque en mi mundo solo estaba yo.
Y Devon.

Trabajé sin parar, y cuando salí fui directo a su restaurante, pero ví que esta vez no estaba en la salida para hablar en su descanso, como pasaba habitualmente.

Así que decidí entrar para buscarlo, hoy tenía una sorpresa.

Cuando entré tampoco lo ví, así que me atendieron y pedí una pizza como siempre. Esperé un rato mientras miraba al cielo, sus nubes de algodón y el cielo azul como el mar, eran tan perfectos como mi vida ahora.

Llegó mi pizza y al probarla sabía exactamente igual a la que comimos ese día en mi departamento, la estaba disfrutando bastante.

Pero no venía principalmente a comer.
Llamé al mesero mientras le explicaba que esta comida era un pecado a la gastronomía, sabía bien fea y que llamara inmediatamente al idiota que hizo esto.

Este se apresuró a la cocina, y puedo jurar que sentí un Déjà vu increíble por todo mi cuerpo.

Cuando se abrió la puerta del restaurante aclaré mi vista por si estaba alucinando.

De allí salió un hombre barbudo con en pelo corto castaño, con cejas pobladas y expresión triste, mientras se acercaba a mi mesa tímidamente dando pasitos suaves.

Me avergoncé por completo al verlo,
pero al instante observé que por la ventana de la cocina, Devon se asomaba mientras se reía de mi cara. A veces era tan odioso.

Mis labios se crisparon y le expliqué al chef que fue todo un malentendido, mientras lo consolaba para que él no rompiera en llanto, más adelante me explicó que era su primera crítica.

Me sentí muy culpable, y cada vez que podía miraba con odio a Devon, que parecía muy contento viendo toda la situación.
Dejé una nota sobre una servilleta con letra bastante fea.

Al día siguiente, llegué a la estación un poco más tarde porque a mi vecina se le había escapado el perro y yo la había ayudado a buscarlo toda la mañana, fue bastante cansador

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Al día siguiente, llegué a la estación un poco más tarde porque a mi vecina se le había escapado el perro y yo la había ayudado a buscarlo toda la mañana, fue bastante cansador.

Ahí estaba Devon, que al verlo, el terror se manifestaba en su cara.

—No me vas a secuestrar. ¿Verdad?—Dijo mientras se encogía los hombros pero levantaba una ceja ridículamente alta.

—De hecho sí, metete a la bolsa rápido, vamos.—Respondí mientras extendía una bolsa que encontré tirada en la suelo. Empecé a reír pero el mantenía un gesto serio.
Tuvimos que entrar al tren apresurados porque casi lo perdíamos.

El lugar era bastante viejo, tenía ventanas con unas butacas marrones un poco sucias y muy anticuadas. Pero me conforme, por lo que había costado valía totalmente la pena.

Nos sentamos en alguna cabina libre, agarramos una revista de animales exóticos y hablamos todo el trayecto de qué animal era cada persona que conocíamos.

—Definitivamente Thomas es un mono.—Dije mientras me reía y señalaba una de las fotos, él asentía con la cabeza varias veces y soltaba carcajadas.

—Dije mientras me reía y señalaba una de las fotos, él asentía con la cabeza varias veces y soltaba carcajadas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Nah, yo lo veo más como un dulce cachorro bebé.—Respondió mientras me pasaba una foto de un animal espantoso.

 Nos reímos hasta que llegó , bajamos rápidamente para que no nos dejaran y después nos dimos cuenta que habíamos dejado todo en el tren

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Nos reímos hasta que llegó , bajamos rápidamente para que no nos dejaran y después nos dimos cuenta que habíamos dejado todo en el tren.

¿Por qué nada nos salía bien?

Vivir de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora