El amor y la culpa

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Devon.

En los siguientes días, me dediqué a conseguir un nuevo trabajo y buscar cualquier acontecimiento social en donde pudiera hablar con Sandra.

Esta noche, ella haría un baile formal en su gran mansión con sus amigos ricos. Me puse mi traje más convincente de que tenía dinero y me escabullí en los arbustos hasta poder colarme por la puerta de alguna de sus miles habitaciones.

Su casa era demasiado extravagante, con arañas doradas por todos lados, y paredes de estampados demasiado coloridos para mi gusto, que hacían una perfecta combinación con las estatuas ridículamente brillantes y una gran escalera en la puerta principal.

Me infiltré entre la gente adinerada, todos parecían bastante aburridos y sin vida. Miré para todos lados hasta que la encontré, en el momento del vals aproveché y me acerqué para pedirle una pieza, ella aceptó con gusto.

La música que tocaban los instrumentos muy bien afinados hacía que mis oídos lo disfrutaran bastante, era agradable escuchar un poco de paz después de tantas cosas.

—Frédéric Chopin, un artista excepcional de la música clásica.—Comenté cordialmente, intentando formar un vínculo con ella.

—Correcto Einstein, es mi canción favorita.—Admitió mientras se sonrojaba y sonreía, no podía creer que le había dado justo en el clavo.

—¿Alguien le había dicho que tiene la sonrisa más hermosa?—Pregunté con amabilidad, pero con tan solo decirlo me dolió tan fuerte.

Sentía que esto ya había pasado antes.

Ella se reía y bailaba mientras su gran vestido rojo vivo se movía como el viento. No tardamos en robar las miradas de todos, apreciaban con interés la música y nuestro baile, que parecía florecer en el centro de la pista.

—Usted me recuerda tanto a la noche, tal vez sean sus rasgos tan atractivos y oscuros, o su increíble delicadeza misteriosidad.—Intervino mientras sus ojos se apoyaban en mi fijamente, no era el momento indicado para cambiar la cara.

Ahogué mis ganas de gritar y fingí una sonrisa como si fuera un cumplido que no me habían dicho jamás.

Ella sonrió con todo el cuerpo, se veía radiante, como si estuviera en el mejor día de su vida. —Juana, Juana, Juana, Juana, Juana— Era en lo único que pensaba mi estúpida mente, mientras repetía incontables veces el mismo nombre.

Quería que ya saliera de mi cabeza.

—¿Alguna vez haz tenido novia?

Estaba tan hundido en mis pensamientos que no escuché, y me lo tuvo que repetir dos veces. Me quedé replanteando qué podría responder.

—Si tuve, pero ninguna fue tan especial como usted.— Las cosas que jamás diría, estaban saliendo por mi boca como si realmente pensara eso. Antes de que pudiera notar que estaba luchando contra las lágrimas, le di una vuelta para que no viera y me sequé con una mano.

El baile terminó mucho más antes de lo que esperaba, tuve que separarme de Sandra para irme de una vez por todas. Habíamos hablado y bailado toda la noche, me sorprendió saber que ella tenía mucho en común conmigo.

—Robbie Walters, fue un gusto bailar, señorita Rivera.—Agradecí de la manera más educada posible. Ella me miró con sus ojos verdes felinos llenos de diversión que brillaban con deseo, podía ver cómo se peinaba su cabello castaño claro tan brillante, mientras se mordía el labio inferior. Le abrí la puerta para que se fuera.

No soportó un minutos más, antes de irse, corrió hacía mi, me rodeó con los brazos y me besó.

Quedé atónito, no me lo esperaba.

Me aparté de ella con la mayor discreción posible, me saludó y se fue muy contenta de vuelta a su mansión dorada.

Tomé un taxi para volver exhausto, llegué a mi casa y me tiré en mi cama de boca abajo, con esperanza de que mañana fuera otro día.

Pero no podía dormir.

Durante toda la noche, solo pensaba en una cosa.

Juana...

Vivir de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora