Heridas con sal

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4 de mayo, 1984.
Juana.

Busqué por toda la ciudad, pero no lo encontraba y se estaba haciendo tarde.

Mi última y menos esperada opción era la playa, tomé el taxi con mis pequeñas esperanzas vivas hasta que ví algo asomarse sobre una roca frente a las orillas del mar.

Cuando lo ví empecé a correr, al llegar lo ví con mucha sangre por todos lados, todavía no entendía bien que había pasado.

—¿A quién se le ocurre tener una pelea a muerte en un baño?—Dije muy agitada mientras sacaba algunos pañuelos de emergencia para detener la hemorragia de su pierna.
Devon se sacó la camisa con mucho esfuerzo y reveló un tajo profundo por toda su espalda. Me quedé boquiabierta viéndolo, pero me apresuré para que la herida no se infectara.

Mis pobres suministros de emergencia se habían agotado, entonces empecé a romper partes de mi vestido nuevo para hacer una especie de venda que le sirva como anti-infectante.

Cuando terminé me acosté en la misma roca y le di algunos chocolates que había comprado en un mercado por el estrés de estar buscando todo el día.

Mientras lo miraba comer parecía que casi se moría de hambre.

Los dos dimos un largo suspiro y miramos al atardecer del cielo.

—No puedo creer que sobreviví.—Dijo él mientras alzaba su mano para secarse la frente llena de sudor y suciedad. Su expresión contemplaba tristeza. El miedo todavía cruzaba por su rostro.

—¿Hay algo que me estás ocultando?—Pregunté yo mirando para abajo. Si tenía algo que decirme, tenía que ser ahora. No podría seguir viviendo con este tipo de cosas. La tristeza nublaba sus facciones. Me sentía un poco culpable por no haberlo protegido lo suficiente.

—No, seguro contrataron un sicario para asustarme y devolverme a casa. No hay nada más, lo juro.—Admitió mientras se volvía a poner la camisa sucia.

—No te pongas esa asquerosidad, te compré una nueva.—Dije mientras señalaba la bolsa con su nueva ropa. Se la puse lentamente para que no le doliera y él sonrío, aunque después me dijo que tenía un pésimo sentido de la moda.

Nos reímos y decidimos irnos lo antes posible de Dorlake, no vaya ser que vuelva el maldito sicario para asustar a Devon.

Pedimos un taxi para ir a la estación, y nos metimos al primer tren que fuera a la ciudad.

Y ahora que estábamos más aliviados, él se durmió en mi hombro y yo hice lo mismo.

Mañana sería mejor.

Vivir de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora