Hermano-sicario

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3 de mayo, 1984.
Devon.

Desde que Juana me llevó a esa estación, supe que algo no andaba bien.

Cuando alguien solía vivir en unas condiciones tan horribles, aprende a disimularlo.

Jamás creí en el destino, hasta que llegamos al lugar a donde nos quedaríamos. Venía a descansar al lugar que tanto costó escapar.

Dorlake.

Cuando ví el cartel en esa estación lo primero que hice fue insistir como un loco en que nos fuéramos, aunque en el fondo ya sabía que me iba a encontrar con alguien tarde o temprano estando en ese maldito lugar.

Decidí hacer uno de los mejores días para Juana y yo, aunque al final le dije mi verdadero nombre para que supiera cómo me llamaba. Pero no se lo tomó enserio y me pareció totalmente bien, no iba a dejar que sufriera por una estupidez mía.

Ese alguien que tanto esperaba apareció cuando volvíamos al hotel.

Jonathan, mi hermano mayor que probablemente mis padres habían encargado a asesinarme. Aunque todavía faltaba una semana para que todos los Callahan murieran.

Pero estaba tan cerca, no podía rendirme ahora.

Cuando Juana y yo caminábamos, ví una sombra negra moverse atrás mío. Automáticamente supe de quién se trataba. Un escalofrío recorrió por todo mi cuerpo.

Él mismo que me había enseñado tácticas para pasar desapercibido, me estaba siguiendo sin discreción alguna. Eso me hizo los pelos de punta, tenía algo planeado.

A la madrugada del día siguiente, me desperté muy impactado de que no me haya matado ayer, me levanté y ví que Juana no estaba.

Le rogué a todos los dioses que no la hubiera matado a ella.
Cuando me levanté, alguien tocó la puerta.

Jonathan.

Nos miramos un rato.

—Hace cuanto que no te veía hermanito, ¿Por qué ya no eres rubio?—Dijo mientras me abrazaba y me tocaba el cabello extrañado, me alejé un poco porque sabía que en cualquier momento me clavaría una navaja en el corazón.

Él se dió cuenta de mi acción y se empezó a reír como un loco.

Me dió todavía más miedo.

—¿Qué haces aquí, Jonathan?- Quise saber, mi cara se contenía seria, reformulé lo que había dicho y ya sabía la respuesta.

Los dos lo sabíamos.

—Dime que tienes los mil dólares que les debes a esos malditos traficantes.—Advirtió mientras se despeinaba su cabello que estaba bastante sucio, su cara era impasible. Con la otra mano agarraba algo en su bolsillo.

Daga de puño.

El terror se manifestó en mi cara, que empecé a disimular para no delatarme y morir.

Claramente sabía que no los tenía, unas gotas de sudor empezaron a caer por mi frente y cuando Jonathan las vió con sus ojos extremadamente abiertos y maniáticos. Sabía que no tenía otra alternativa.

Empecé a correr.

Evite la cama, abrí la puerta del baño, pero él me perseguía y forcejeaba para poder entrar.

Mi fuerza no fue suficiente y pudo abrir la puerta por completo.

Él empezó a dirigir la daga hacía mi como un animal salvaje, esquivé como pude y me metí sobre la bañera, puse la cortina como un intento de cubrirme, pero el me atacó y le dió un tajo a la tela y a mi pierna, que ahora sangraba por todos lados. Me encogí de dolor y estaba temblando desesperadamente, mientras miraba la sangre derramada en mis manos.

Lo más rápido que pude, agarré un caño del retrete y se lo tiré por la cabeza, él retrocedió para atrás con una mano en la cabeza para detener la herida y me dió un poco de ventaja para abrir la ventana.
Sin darme cuenta, el se abalanzó hacía mi y me clavó la daga en la espalda.

Lancé un grito pero seguí saliendo al exterior.
Al final pude salir del baño y corrí lo más que podía hacía el oscuro bosque.

Sabía que tarde o temprano me volvería a encontrar, mi familia tenía una empresa de tala, y cada miembro sabía como la palma de su mano el bosque oscuro de Dorlake.

Decidí salir hasta la playa y acostarme en una roca de la orilla del mar por el que habíamos caminado la otra vez.

Así Juana me encontraría, si es qué no la habían matado.
Me empecé a preocupar mucho pero no podía hacer nada. Una de mis piernas ya no funcionaba y tenía a un hermano-sicario buscándome por todos lados.

Pronto me encontraría.

Me arrepentí por haberla metido en todo este desastre.

Podía sentir dolor y adrenalina por todo mi cuerpo.

La noche anterior juraba que sería mi último día vivo.

Me quedé allí hasta la tarde.
Empezaba a tener mucha hambre, empecé a cerrar los ojos.

Este era mi final.

Pero de repente ví una sombra negra acercarse a mí.

Al principio me asusté y me levanté de un salto, pero ví que daba saltitos al caminar e inmediatamente supe que se trataba de Juana.

Verla viva fue un alivio inmenso, volví a acostarme a la roca y miré el cielo, estaba despejado, permitiéndome ver un azul y morado intenso que pintaba las nubes.

Vivir de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora