Capítulo uno

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Los últimos años de mi vida habían sido una lucha constante, una batalla interna que me había mantenido alejada de los cuadriláteros. Sin embargo, esa promesa que me hice a mí misma de nunca volver a competir, se tambaleaba desde el momento en que puse pie en Hartford, Connecticut.

A medida que enfrentaba la fría mañana, me recordaba a mí misma una y otra vez que esto era un nuevo comienzo, una oportunidad para dejar atrás mi vida pasada. Eran apenas las nueve de la mañana, y mi destino me guardaba a las dos de la tarde en la academia de boxeo. Mi padre, Jeff, me había suplicado que lo ayudara a promocionar la academia, confiando en mis habilidades como fotógrafa. Aunque agradecía la oportunidad, no podía evitar sentir una punzada de dolor al recordar lo que alguna vez había sido mi vida.

Desde pequeña, el boxeo fue mi pasión y refugio. Era una de las mejores, amaba con todo mi ser lo que hacía, vivía y respiraba por el boxeo. A los dieciocho años empecé profesionalmente y a los veintidós se terminó todo para mí, como un relámpago sobre mi cabeza, despertándome del sueño que llevaba viviendo toda mi vida.

Desde la madrugada anterior, vivía oficialmente con mi padre, aunque compartíamos una casa dividida en dos, mi insistencia de quedarme en mi antiguo hogar fue rechazada por él, debido a las circunstancias. A pesar de mi edad y mi carrera, seguía siendo mi padre, y respetaba su decisión. Preparo el café ya dejando para mi padre, pongo en aleatorio la playlist de mi cantante favorito "Harry Styles" y comienzo a leer la nueva comedia romántica que compré ayer en el aeropuerto.

A los pocos minutos que ya voy por la página treinta, siento a mi padre entrar.

—Hestia— dice mi nombre al darme los buenos días, con tal delicadeza como si me fuera a romper, lo que me hace sentir en culpa por no haberlo llamado tan seguido cómo me hubiera gustado en los últimos años, pero necesitaba un respiro de todo lo relacionado con el boxeo y él era la imagen viva de todo lo relacionado con eso.

—Papá— al decirle así veo que sonríe, me levanto y le paso su taza de café a la cual me agradece.

—Tus cafés siguen siendo los mejores, pequeña— le sonrío como respuesta, siempre le gustaron mis cafés, siempre fui de pocas palabras y demás acciones, por eso me gustaba también la fotografía me gustaba captar momentos especiales, que no podían ser descritos con palabras.

Como aún seguía en pijamas voy y me preparo para ir a fotografiar a la academia de boxeo, "que el día de hoy sea bueno" me repito una y otra vez, esperando que la ley de la atracción funcione también conmigo.

Mi padre me deja cerca de la academia y yo doy unos giros, ya que tengo que estar ahí más tarde cuando estén la mayor parte de chicos que entrenan.
Cuando estoy cruzando la acera mi corazón casi para por un segundo, un maníaco en moto casi, casi que me mata.

—Termina tu trabajo. Y, ya que estás, pásame completamente por encima, cretino —le grité al desconocido, quien retrocedió en su moto.

—Fue un accidente —me dice, mirándome fijamente—Por la visera del casco, puedo identificar que tiene unos magnéticos ojos grises. Aparte del hecho de que es musculoso, no puedo saber más nada de él porque el maldito casco no me lo permite.

—Vale, cuidado, no vayas a andar matando gente por ahí —le grito, medio en serio, medio en broma—. Y así, como si nada, sin presentarse, sin nada, pero también, ¿por qué tendría que presentarse si casi me atropella? Estúpida Hestia. —Pone en marcha la moto y continúa.

Por el resto del día, esos ojos grises seguían persiguiéndome en mis pensamientos, y me pregunté si alguna vez los volvería a ver.

Eran las dos de la tarde cuando finalmente me dirigí hacia la academia de boxeo. Al cruzar la puerta, fui recibida por Bob, un viejo amigo de mi padre que gestionaba la academia.

—Hestia, cómo has crecido— me dice envolviéndome en un cálido abrazo el cual yo se lo permito, siempre tuve una buena relación con Bob, era el que me cubría cuando yo me quedaba hasta de madrugada boxeando incluso con la academia ya cerrada.

Nada había cambiado, pero yo me sentía como una intrusa en el lugar que solía ser mi refugio. Solía ​​ser feliz aquí, pero ahora parecía que no encajaba. Una lágrima resbaló por mi mejilla, y no me di cuenta de ello hasta que escuché un carraspeo a mi lado.

—¿Todo en orden? —me dice un chico. Mi primera impresión es que es muy atractivo, con unas pestañas kilométricas que darían envidia a cualquier ser humano de este planeta, unos dientes blancos como la mismísima nieve y tatuajes que, aunque estuviera vestido, se podían apreciar perfectamente desde mi punto de vista. Tenía una mandíbula muy marcada.

Entre otros tatuajes, uno logré distinguir y captó mi atención: era una serpiente que se enroscaba en el cuello. Por más que llevara una camisa, se podía ver a través de ella el tatuaje de un faro que tenía por debajo. Sus ojos eran de color marrón, pero no era el marrón común y simple al que estamos acostumbrados a ver siempre; era un marrón que ni siquiera yo sabía cómo definir.

Ya debía de haber pasado bastante tiempo desde que me lo había parado a mirar que debía de estar preocupado o asustado o considerarme loca, o todas las opciones juntas.

—Tierra llamando— me dice tocándome el hombro

—Perdona no estoy loca por si te lo preguntas solo no estoy teniendo un buen día. Ahora si me disculpas.—no le di ni siquiera el tiempo de responder, me adentré al baño y tomé una larga bocanada de aire, tenía que enfocarme en lo que había venido a hacer, fotografiar, y lo iba a hacer cómo lo hacía siempre, destacando.

Volví como si nueva y me acerqué a mi padre y empecé de a poco a hacer lo que había venido a hacer, antes de empezar me dijo los nombres de los chicos, así me iba adaptando, el chico que me dejó embobada se llama nada más y nada menos que Zeus, efectivamente se asemejaba a un dios.

Me pasé toda la tarde fotografiando los entrenamientos y quedé conforme con mi trabajo, estaba ya abriendo la aplicación en el teléfono para pedirme un Uber, ya que mi padre tiene que quedarse hasta tarde en la academia cuando veo que ahora quien sé que se llama Zeus se acerca.

—¡Ey!, desconocida— me dice mientras me mira divertido con voz agitada, pues vino corriendo a mi encuentro.

—¡Ey!— le respondo a mi vez, aún avergonzada por lo que pasó hoy más temprano.

—¿No nos vamos a presentar?— me sonríe dejando en evidencia sus hoyuelos— me quedé curioso en saber cómo es que te llamas...— me dice con tono interesado.

—Hestia, me llamo Hestia— le respondo intentando ocultar una sonrisa que amenaza con salir de mis labios.

—Bueno Hestia, diosa del corazón, déjame decirte una cosa, deberías de sonreír más seguido, te sienta bien— mientras lo dice me sonríe.

Al segundo que le había dicho mi nombre sabía lo que significaba, diosa del corazón, si esa era la etimología de mi nombre, hacía mucho tiempo que al decir mi nombre nadie lo asociaba al nombre de la diosa del amor y eso me gustó de Zeus.

—Voy a ver si tomo tu consejo Zeus— le digo, sin darme cuenta dejo escapar que ya me sé su nombre.

—Vaya, ni me he tenido que presentar— me dice riendo.

No es necesario, Jeff mientras hacía las fotos me decía uno a uno sus nombres, así me ambientaba mientras hacía las fotografías— le digo.

—¿Cómo es que conoces a Jeff y cómo es que terminaste fotografiando en la academia?— me pregunta interesado.

—Resulta que Jeff es mi padre— le digo.

—Bueno, diosa del corazón, ha sido un placer conocerte, espero verte pronto por aquí.

—Hasta mañana Zeus— le digo mientras me acerco a mi Uber.

Ya en mi casa me pongo a revisar las fotografías que tomé, hay chicos muy atractivos en la academia, y Zeus es uno de ellos.

Entro a su perfil de Instagram que es público, tiene historias destacadas, entonces sin seguirlo me pongo a mirarlas.

Luego de unas horas es el mismo Zeus quien me encuentra y me manda solicitud, yo se la acepto y empiezo a seguirlo.Fue un día bastante agotador, me quito los zapatos, me visto mi pijama y caigo en el mundo de los sueños...

Diosa del RingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora