32; surprise: you're free

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Sorpresa: eres libre

Marizza P. Spirito

Un mes y una semana sin sexo. Ese era, con toda seguridad, el motivo por el que Pablo empezaba a parecerme atractivo. Bueno. Estoy mintiendo. Siempre me había parecido atractivo, pero de esa forma en la que aprecias la belleza de alguien sin verdadero interés. Sin embargo, ahora..., en aquel momento, metido en la piscina con el puñetero bañadorcito negro (cortito, haciéndole un culazo de escándalo), Pablo me estaba poniendo un poco perra.

Si lo comparaba con Filippo, Pablo era minúsculo. Filippo medía un metro noventa y cinco, su espalda era ancha, sus brazos fuertes y grandes, en resumen, un tiparraco de impresión. Ya lo he comentado alguna vez..., ir con Filippo a cenar era como ir con una estrella de cine: acaparaba todas las miradas.

Pablo, sin embargo, ¿cuánto mediría? Uno ochenta como mucho. Y era delgado. Tenía los hombros bien torneados y los brazos fibrosos, seguramente como resultado de levantar cajas de bebidas y maceteros pesados, pero era delgado. No un tirillas pero...

Eso sí, tenía un culazo respingón que, joder, era para pegarle bocados. Y la cara. Tenía una cara bonita: dos ojos celestes con luz propia, una boca mullida, una nariz...

—¿Me estás oyendo? —le escuché gritar.

Pillada.

—¿Qué?

—¿Dónde te fuiste de viaje, colega? —se burló—. Te decía que tengo una sorpresa.

—¿Una sorpresa? ¿De qué tipo?

  «Deja de pensar con lo que te palpita ahora mismo, por favor, Marizza».

—Una. Pero para luego. ¡¡Yo creo que vas a gritar y todo!!

«Marizza. De-ja-de-pen-sar-con-el-me-ji-llón».

—Te vas a quemar. —Cambié de tema.

—Y vos.

—Yo me puse crema.

«Que no me pida que le ponga crema, por favor».

—Y yo. —Se señaló los hombros—. Acá. —Después la nariz y los pómulos—. Y acá.

—¿Sabes que eso no es suficiente?

—Es suficiente si vas a echarte la siesta. —Sonrió como un bendito.

«Pero ¿qué he hecho yo para merecer tanta tentación? ¡Joder!».

—¡Vos ya te echaste una siesta en el barco!

—Pero son vacaciones, ¿recuerdas?

Vino nadando hacia mí con expresión burlona y saqué las piernas de la piscina antes de que pudiera tirar de ellas y meterme de nuevo en el agua. Fallo mío. Le dejé espacio para que se impulsara delante de mí y saliera.

«Me cago en la puta».

—¿Vamos?

¿Y por qué de pronto Pablo daba por hecho que nos íbamos a echar la siesta juntos?

Los platos con los restos de la comida se quedaron en la mesa de la terraza, junto a la piscina, y nos metimos en nuestras respectivas habitaciones para cambiarnos. Yo me quedé allí, con la puerta cerrada, sentada, esperando a que Pablo se echara en su cama y se quedase dormido. A ver, no pasaba nada por tenderse sobre la cama y echar una cabezada o... charlar. Ya lo habíamos hecho. En su habitación en Atenas habíamos hablado un buen rato cada noche, antes de dormir, y hasta habíamos tocado temas sexuales pero...

Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora