25; without a hangover

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Sin resaca

Marizza P. Spirito

Sin resaca era difícil decirme a mí misma eso que solemos decir la mañana siguiente de cometer una tontería: fue culpa del alcohol. Pero... sin resaca..., sin resaca no hay ni siquiera una prueba fiable de que te pasaras con las copas y no tienes coartada tras la que esconderte, solo... vergüenza. Porque te fugaste en tu boda, vale, pero quieres recuperar a tu exfuturo marido y, de pronto, en medio de tus planes, has invitado a un chico al que acabas de conocer a acompañarte a las vacaciones que te has tomado para poder encontrarte a ti misma. Y lo has invitado en serio: porque querías. Tanto que... le has reservado un vuelo.

Mía me encontró en la barra de la cocina fingiendo que revisaba documentación sobre el viaje en mi iPad. En realidad, no creo que le sorprenda a nadie, estaba pensando en cómo sería viajar a todos aquellos sitios con Pablo. Bueno, mi cabeza repartía el tiempo en pensar en eso y en que me estaba volviendo loca.

—¿Quién te abrió? —me quejé cuando hizo aterrizar sobre el mármol su agenda de Louis Vuitton, el ordenador portátil en su funda a conjunto y un montón de papeles enrollados con gomas del pelo.

—Parece que te molesta verme.

—Es que me molesta, porque venís a contarme algo del detective privado ese que te está timando y no me gusta. Porque ya te digo yo que la Iglesia católica está buscando el teléfono de tu suegra para informarle de que quieren canonizar a tu marido en vida. San Manuel de Rascafría.

—Sí. San Manuel. —Puso cara de asco, y... ni con esas estaba fea.

—Qué asco de genes —me quejé.

—Podría ser peor. Podrías ser Luján. —La señaló mientras esta se acercaba a la cocina vestida con... ¿Cómo cojones defino aquello? ¿Una toalla? Una toalla con tres agujeros: uno para la cabeza y dos para los brazos.

—Su problema no es genético. Es que la moda le importa lo mismo que a mí lo que haya averiguado ese detective tuyo —apunté.

—¿Se están metiendo conmigo? —Luján se sirvió de mi café—. Qué asco, Marizza, ¿con qué lo tomas?

—Con nada.

—Mírala. En realidad es fea —se burló Mía—. Es como si fuera lo que te llega de Mercado Libre cuando pedís algo como yo.

—Puta flipada. —Se rio Luján—. Qué flipada sos. ¿Te viste las rodillas? Tenés las rodillas más feas que vi en mi vida.

—Qué pereza me dan.

Me levanté dispuesta a meterme en mi habitación, pero Luján me retuvo.

—No me dejes sola con esto, que pinta mal. Viene de más mala onda de la habitual. A ver si al final va a ser verdad que Manuel está jodiendo como un animal por ahí.

—La mala onda me la puso tu madre madre —explicó Mía mientras abría la nevera—. Es que hasta ganas de comer hidratos me da. Pero hidratos a saco. Que dice que no le parece bien que los nenes vayan a la escuela de verano, que qué imagen da eso.

—Pues mándaselos a ella. Que ejerza de abuela —dije de soslayo.

Las dos me miraron como si hubiera ofrecido dar a los niños en adopción.

—El detective... —la apremió Luján. Ella quería su ración de carnaza.

—Para dedicarte a lo que te dedicas, hija, qué cabrona sos—musité.

—Es para compensar. Cuenta, cuenta.

Mía se sentó, cogió el portátil, tecleó y le dio la vuelta. Delante de nosotras un montón de fotos de mi cuñado haciendo... cosas. Cosas como subirse al coche con una piruleta en la boca, ir al trabajo, desayunar un café con leche con una porra, fumarse un pitillo en la puerta de su oficina, comerse una hamburguesa, recoger algo de mi hermana del tinte (porque era algo de mi hermana, me juego la mano), comerse una palmera de chocolate y volver a por el coche.

Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora