24; in vino veritas

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In vino veritas

Marizza P. Spirito

La lasaña estaba de muerte y me pareció sencillamente delicioso. Lo acompañamos todo de cazabe (una especie de tortas buenísimas) y batata frita. Nos pusimos hasta arriba. Hacía muchísimo tiempo que no comía tanto y tan a gusto. Y el vino, que los chicos habían puesto a enfriar un poco aunque era tinto, entró y ablandó todas mis extremidades hasta hacerme elástica y flexible. Lo suficiente como para sentir que dejaba de tener que interpretar un papel.

De postre comimos los pasteles que llevé. Tomás se marchó de la mesa un momento para ir a acostar a la niña, y Pilar y yo hicimos café mientras Pablo preparaba unas copas. Lo estábamos pasando bien y, aunque hice amago de marcharme un par de veces, a los que tenían que madrugar al día siguiente parecía no importarles dormir poco aquella noche.

Tomás y Pili eran una pareja encantadora y tenían un piso pequeño (minúsculo para tres adultos y un bebé) pero adorable. Se notaba mimo en cada uno de sus rincones, olía a familia y era cómodo. A Pablo se le veía integrado, uno más, pero hasta yo, que acababa de conocerlo, sabía que tenía que abrir las alas y echar a volar.

Ella me habló de su tierra, de lo poco que recordaba y de lo mucho que había aprendido a través de su madre, que vivía a un par de manzanas de distancia y que se quedaba con la niña siempre que ellos (tres) no podían apañarse.

—No hay que abusar de los abuelos —se excusó.

Y a mí todo me parecía maravilloso. Y la cerveza del aperitivo, el vino que nos tomamos entre Pablo y yo (Pilar aún daba el pecho y Tomás era más de cerveza) y la copa del «postre» me tenían flotando. Tenía un buen rollo dentro que hacía años que no sentía. Cómo estaría mi cuerpo para terminar hablándoles del INCIDENTE y de mi plan para recuperar a Filippo. Les hablé de sus ojos azules, de lo alto y fuerte que era; les conté lo bonito que fue aquel atardecer sobre el puente Vecchio y la ilusión en su voz grave al pedirme matrimonio.

—Qué historia tan bonita —susurró Pilar con sinceridad—. Es como un cuento.

—Era como un cuento —suspiré—. La cagué. Aunque Pablo me va a ayudar a recuperarlo, ¿verdad?

—Verdad.

Cuando dejó su enorme mano sobre la mía, en la mesa, sentí un cosquilleo. Uno bonito. Porque a veces las personas que están tristes pueden hacer mucho más que comprenderse.

A la una y media me marché, pero Pablo insistió en acompañarme. Yo no quería porque iba a avisar al chófer de la empresa para que me recogiese, pero insistió tanto que cambié de idea.

—Voy a pedir un Uber —le anuncié, como si él supiera algo de la situación.

—¿Ya? —me preguntó—. Vamos a fumarnos un pitillo en ese banco.

Señaló un banco solitario en una acera, con vistas a una pared, y me dio la risa. A él también.

—Pablo, ninguno de los dos fuma.

—Mentalmente sí. Arrea.

Nos sentamos y él estiró los brazos sobre el respaldo a la vez que yo colocaba mis pies en sus rodillas. No solo era un gesto de confianza, además así me aseguraba de que se mantenía a cierta distancia. No me había gustado verme tan nerviosa cuando se acercó en el ascensor.

—Fue todo muy lindo, gracias por invitarme —le dije—. Tomás y Pilar son encantadores.

Cacé de reojo la mirada que me estaba echando.

Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora