8
ConsecuenciasMarizza P. Spirito
Los gritos de mi madre y su posterior vahído a lo señora victoriana (cuyo resultado fue que se cayera de boca contra el reposapiés dorado de su salón y que, oye, fue hasta divertido) me dieron bastante igual. A mi tic del ojo, no. Mi tic del ojo se vio seriamente afectado y decidió que hacer bailar a mi párpado perreo hasta abajo era buena idea.
El silencio sepulcral de mis hermanas, más que importarme, me daba miedo. Me daba miedo que me juzgaran como sabía que estaba haciéndolo todo el mundo y también que, cuando todo esto pasase un poco y las aguas se tranquilizasen, Luján abriera la boca y pronunciara las palabras prohibidas: «Te lo dije». No por la afrenta de que alguien me hubiera avisado de lo que iba a pasar, sino porque estaba completamente segura de que no tenía razón, pero mis actos no hacían más que dársela. Me había quedado sin argumentos con los que rebatirla.
Sin embargo, de la lista de doscientos problemas que había provocado mi marcha a la carrera por campo abierto, lo único que realmente me importaba era lo que tenía frente a mí en ese preciso momento: Filippo.
Tenía los antebrazos apoyados en las rodillas y su cabeza colgaba hacia abajo, evitando mirarme. Yo quería que lo hiciera, pero no estaba en situación de pedir nada. Había salido huyendo de nuestra boda y lo había dejado tirado a la hora de dar explicaciones frente a los quinientos invitados. Me escabullí de sus brazos corriendo por el césped de los alrededores del parador y me colé por un agujero en una verja. El estado en el que había dejado mi vestido de novia es mejor no mencionarlo.
—Decí algo —le pedí con un hilo de voz.
Desde que había entrado en casa de mi madre, donde me tenían recluida «por mi bien» después de que me «cazaran» en la cafetería de una gasolinera a kilómetro y medio de donde se celebraba (o mejor dicho, se iba a celebrar) mi matrimonio, no había abierto la boca. Lo único que había hecho fue sentarse frente a mí en el reposapiés contra el que mi madre aterrizó tras su desmayo y acomodarse en la postura en la que aún se mantenía.
Al escucharme, irguió la cabeza, pero durante al menos dos minutos eternos siguió sin decir absolutamente nada.
—Por favor —supliqué.
Levantó el mentón y me miró. Había cambiado de idea, pero yo no quería que lo hiciera. No me gustaba absolutamente nada lo que estaba viendo. No era nada que me resultara familiar; era un Filippo desconocido con el que tampoco tenía ningún interés en continuar intimando.
Pero, bueno, todo acto tiene sus consecuencias. Es una de las primeras cosas que aprendes durante la niñez y se supone que tu existencia será algo más sencilla con esta enseñanza, si es que tienes el tino de pensar antes de hacer las cosas, no como yo.
—Te has ido. De nuestra boda. Corriendo.
Las pausas entre palabras eran pesadas, como si tuviera que arrastrar cada pequeña expresión con grilletes adheridos desde el fondo del pozo hondísimo de su decepción. Tragué saliva y, en esta ocasión, la que bajó la cabeza fui yo.
—Sin dar explicaciones, sin hablar conmigo, sin decirme nada —insistió.
—Sí que hablé con vos.
—Me has dicho que había demasiada gente y que no podías. ¿Que no podías qué? Eso es como no decir nada.
—Me entró..., no sé. Pánico.
—¿Por casarte conmigo?
—¡No! —Levanté la mirada—. Claro que no. Yo quiero casarme con vos.
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Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©
Fanfic¿Qué pasa cuando te das cuenta de que el final de tu cuento no es como lo soñabas? Esa sensación de decepción y desilusión que te invade cuando la realidad no coincide con tus expectativas. Érase una vez una mujer que lo tenía todo: la belleza, el é...