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De mal en peorPablo Bustamante
Estaba hablando, pero no la oía. Bueno, a decir verdad, oírla la oía, pero solo era capaz de cazar un par de palabras acá y allá. Lo que quería decirme me había quedado claro con las primeras frases, así que, como de costumbre, me perdí los matices del discurso, embobado en sus facciones. Me cago en mis muertos..., que hermosa era. Era increíblemente hermosa. Tenía un magnetismo especial, un halo de mujer fatal que atraía al suicidio emocional. Lo tenía todo. Para mí era la chica más increíble del mundo.
Siempre me gustó la forma puntiaguda de sus labios porque, de algún modo, me parecía coherente. Eran como su carácter porque, de pronto, cualquier palabra podía quedar enganchada en una de sus artistas y cortar la tranquilidad pro de la tormenta. Ella era tormenta. Con su pelo rubio platino y su corte desigual, media melena a caballo entre las películas francesas en blanco y negro y el moderneo de ciertos festivales musicales. Era una chica con un físico explosivo. Mentiría si dijera que en lo primero en lo que me fijé fue en sus ojos o en su estilo. Menudas curvas. El día que la conocí, perdóname, me enamoré de los dos perfectos pezones que se le marcaban en la camiseta.
Esa mina sabía siempre qué ponerse para volver loco a cualquiera; su atuendo nunca respondía a la opción más lógica..., se arreglaba hasta lo excéntrico para tomar una cerveza en el Lavapiés más escondido y luego se colocaba unos vaqueros holgados y llenos de rotos para las reuniones de trabajo. Así era con todo..., no había quién la entendiera y aquello, me temo, fue lo que me enamoró (además del tema de los pezones, que puede ser que tenga una lectura freudiana que apunte a algún vestigio de trauma infantil).
¿Cuántos tangos se habrían escrito sobre mujeres como ella? ¿Cuántos tipos como yo habrían caído a sus pies?
—Pablo, ¿me estás escuchando?
Me mordí el labio superior y asentí fastidiado; estaba mucho más a gusto en mi ensoñación que contestándole.
—Claro que te estoy escuchando, Sol, pero estarás de acuerdo conmigo en que hace un buen rato que ya no tengo nada que responder.
Una sonrisa se prendió a sus labios pintados de rojo, pero... no era una sonrisa de las que aliviaban..., más bien de las que mordían.
Había pocas cosas que me molestasen más que la condescendencia y, viniendo de ella, todavía me parecían menos tolerables los «qué joven eres, Pablo» o «<esto lo aprenderás con los años». Me sacaba trece meses. Llámame raro, pero no había vivido tanto como para que yo confiara en la sabiduría que hubiera podido acumular en ese año y treinta días de diferencia.
—Estamos de acuerdo entonces, ¿no? — dijo por fin.
A esas alturas de la película tenía pocas opciones. Era un ser franco y confesarle que, a pesar de no haber estado del todo atento a su discursito, no, no estaba de acuerdo. Eso implicaba discutirle, uno a uno, todos esos argumentos que tan fríamente había ido poniendo sobre la mesa, y... estábamos de pie en una esquina, en plena calle: no me apetecía airear trapos sucios ahí; no era ni el momento ni el lugar. Sería terriblemente embarazoso. Nunca me gustó arrastrarme, pero sospechaba que venía haciéndolo bastante desde que empezamos lo nuestro. Además, después de regalarle los oídos diciéndole que la suya era una decisión unilateral para la que no me había tenido en cuenta, de igual a igual.
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Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©
Fanfic¿Qué pasa cuando te das cuenta de que el final de tu cuento no es como lo soñabas? Esa sensación de decepción y desilusión que te invade cuando la realidad no coincide con tus expectativas. Érase una vez una mujer que lo tenía todo: la belleza, el é...