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Confesiones

Marizza P. Spirito

—¿Cómo era Filippo como pareja?

—¿A qué te referís?

Pablo y yo estábamos tumbados en su cama después de una ingesta masiva de queso, tzatziki y gyros en pan de pita. Los dos mirábamos al techo con las manos sobre el estómago. Nos sentíamos cansados e hinchados, pero aún no teníamos sueño.

Él se volvió hacia mí.

—¿Era divertido, cariñoso, empotrador...?

—¡Pablo! —me quejé con una sonrisa—. No voy a hablarte de mi vida sexual con Filippo.

—¿Por qué no? —Se encogió de hombros—. Qué tontería. El sexo solo es otra faceta de una relación.

Me quedé callada, mirando al techo.

—Venga... —Me dio un codazo, animándome a hablar.

—Filippo es muy agradable, pero no diría de él que es divertido. A ver..., en el sentido de que no hace demasiadas bromas ni cuenta chistes ni...

—Yo tampoco cuento chistes y soy divertido.

—Lo tuyo es que tenés cara de risa —me justifiqué; sin saber por qué, había sentido aquel comentario como un ataque hacia Filippo—. Él es un hombre de pocas palabras. Habla poco pero hace mucho.

—¿Te vas a poner guarrindonga?

—¡No! —Me carcajeé—. Me refiero a que él... no sé. Es de pocas palabras, aunque a veces se ponga de un romántico un poco desfasado —me burlé con cariño—. Tiene un carácter tirando a seco pero luego se arrodilla en mitad de un parque lleno de ciervos para pedirte matrimonio.

—Todavía tenés el anillo. —Señaló mi mano.

—Sí. Qué estúpida. —Suspiré algo triste.

—No es estúpido que sigas queriendo llevar algo tan valioso con vos. Y con valioso me refiero al valor sentimental, aunque ya imagino que podés comprarme a mí y media provincia de Cuenca con lo que vale.

—No seas así —me quejé, y me volví hacia él, quedando frente a frente—. Me encantaban nuestras rutinas, ¿sabes? Eso lo echo mucho de menos.

—¿A qué te referís?

—No sé. A llegar a casa de trabajar y que Filippo estuviera allí, leyendo, con una copa de vino en la mano y escuchando música italiana. Todos los jueves pedíamos comida vietnamita y los sábados cocinábamos nosotros... Nos metíamos en unos saraos... La mitad de las veces iba la comida a la basura porque no conseguíamos hacer nada comestible.

—Bueno, eso suena divertido.

—Ah, no. —Sonreí—. Filippo se enoja mucho si algo no le sale bien. Es muy orgulloso y siempre sospeché que aspira a la perfección.

—Hombre, con esos genes... —musitó Pablo.

—No me enamoré de él por sus genes. —Le sonreí.

—¿No tuvo nada que ver la anchura de su pecho o los tres metros que mide?

—Bueno, me entró por el ojo, no te voy a mentir. Pero fue, no sé..., Filippo es...

—¿Qué es lo que más te gusta de él?

Me puse boca arriba y me mordí el labio, buscando las palabras adecuadas. Pablo se apoyó en el codo y vi aparecer su cara sobre mí, ávida de información.

Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora