19; inspiration

172 32 4
                                    

19
Inspiración

Marizza P. Spirito

Ni siquiera había llegado aún a casa cuando recibí el primero de muchísimos mensajes:


¿Qué haces por la tarde?

En otras circunstancias, hubiera huido, pero yo sabía que Pablo no quería nada de mí en ese sentido. Ambos deseábamos recuperar a nuestras parejas y sentíamos que el otro podía hacer algo para ayudar. En mi caso, Pablo era inspiración. Me sentía como cuando en el internado me sentaron junto a aquel alumno que no aprobaba ni a la de tres. Él mejoró en sus notas y yo aprendí a divertirme un poco más en el regio y rígido ambiente que se respiraba en el colegio. Mis notas en música y arte mejoraron y fue gracias a él, que..., bueno, ni confirmo ni desmiento que me diese mi primer beso.

Pero en esta ocasión no era lo mismo. No iba por ahí. Era..., de alguna manera, era excitante. O más bien emocionante. Pablo era una persona extraña pero interesante. Suscitaba mi curiosidad que hacía cierto tiempo que andaba perezosa.

Cuando le contesté que hasta que no me fuera a Grecia no tenía planes, me preguntó si me apetecía tomar algo al día siguiente por la noche. Me di cuenta de cuál era el motivo por el que me estaba abriendo con un desconocido, por qué de pronto podía hablar de lo que me había pasado y me resultaba más fácil expresarme: me estaban prestando atención. A mí. A mis emociones, a lo que me había pasado, al porqué de las cosas que había hecho o que decía. Para Pablo, lo que yo tuviera que decir parecía importante y no estábamos en el ambiente de trabajo. Aquello me hacía sentir muy bien.

Quedamos en que lo recogería en la floristería y que iríamos a tomar algo a algún sitio tranquilo, donde pudiéramos hablar: Pablo quería que le aconsejase por dónde debería empezar a organizar su vida. Y no me lo pensé demasiado. No tenía nada mejor que hacer y él me sacaba de debajo del nórdico, de la espiral de llorar y de ver fotos antiguas.

Lo vi nada más entrar, al fondo, a pesar de que había dos personas más en el mostrador. Llevaba una camiseta que fue blanca en algún momento de su existencia y unos vaqueros escondidos tras un mandil negro lleno de manchas. Tenía el pelo revuelto y enredado y los ojos fijos en las flores que estaba manipulando.

—¿Te podemos ayudar? —me preguntaron las dos señoras.

—Disculpen. Estaba esperando a Pablo. —Les sonreí.

Me miraron. Lo miraron a él. Se miraron entre ellas. Tendrían unos sesenta años y no podían esconder que eran hermanas. A juzgar por su expresión, cualquiera diría que les sorprendía que alguien, o al menos alguien con mi aspecto, anduviera con él.

—¿Y la chica rubia? —escuché que le decía una a la otra.

—Calla, calla. Así mejor.

—¡¡¡Pablito!!! ¡¡Han venido a buscarte!!

—Estoy terminando el ramo de siemprevivas para el restaurante. Salgo en cinco minutos.

—No —dijo firme una de ellas—. Sal ya, que a las señoritas no se las hace esperar.

—No sabía que hubiera ninguna señorita en esta floristería —respondió guasón él.

Se asomó, me vio y sonrió.

—¿Me esperas un segundo?

—Claro.

Cuando terminó, las dos hermanas ya me habían contado que aquella tienda era un negocio familiar con más de setenta años de historia a sus espaldas y me habían regalado un ramito pequeño con el que decorar mi dormitorio, pero a Pablo, cuando salió, aquello no le pareció adecuado.

Un Plan Perfecto || {Pablizza} ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora