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―aquí tiene el cambio, hyeri ―le entrego el dinero con una sonrisa sincera a la madre de mark, que ha venido a comprar los pasteles preferidos de su hijo, como cada jueves.

―gracias, cielo ―me responde de igual manera, y luego se queda observándome varios segundos antes de añadir. ―puedes venir a casa siempre que quieras, lo sabes, ¿verdad?

―por supuesto, muchas gracias, es mi segundo hogar ―bromeo, a lo que ella ríe y asiente, completamente de acuerdo. ―no le dé más de esos a mark, creo que está empezando a engordar.

―tienes razón, pero estos son para mí ―baja la voz como si no pudiera escucharlo nadie más, provocando que una carcajada se escape de entre mis labios.

―¡jaemin, cariño! ―seulgi se hace oír desde la trastienda. ―¿puedes venir un momento?

―el deber me llama ―anuncio señalando hacia el lugar de donde ha provenido el grito. ―cuídese y saludos a jongin.

―se los daré, gracias ―responde cuando ya está saliendo de la panadería.

una vez la puerta se ha cerrado, me encamino hacia mi compañera, quien se encuentra en el almacén con las manos en las caderas y mirando hacia un estante con el ceño fruncido. se gira al escucharme llegar y señala muy frustrada el paquete de azúcar de la repisa con un dedo acusador.

―¿quién ha puesto el azúcar tan arriba? ¡no llego! ¿me lo alcanzas, cariño? ―tengo que ahogar una risita por lo bajo para evitar que su molestia vaya a más, pues lleva muy mal eso de estar menguando debido a la edad. ―eres un sol ―dice dulcemente cuando le entrego el producto que me pedía.

¿cuánto te queda para terminar el turno?

debería haberme asustado al oír la voz de jeno en mi cabeza, pero ya me he acostumbrado a ello. desde que pasó lo del callejón, hace casi una semana, nos hemos vuelto algo más cercanos, aunque no físicamente.

a ver si me explico. seguimos manteniendo la distancia, conservando su costumbre de custodiarme hasta casa desde las sombras y evitando entablar una conversación o siquiera cruzarnos cuando estamos en la facultad.

no obstante, estos últimos días ha estado dándome conversación ―telepática, por supuesto― durante nuestros paseos nocturnos y en la cafetería me busca con la mirada y me sonríe casi imperceptiblemente.

incluso en ocasiones me pregunta cómo me encuentro o si he dormido bien, sobre todo cuando ve las ojeras marcadas en mi rostro, pero siempre charlando él desde su mesa y yo desde la mía. por eso ya no me resulta tan extraño escucharle en mi mente, pues es de la única manera en la que nos comunicamos.

miro el reloj que cuelga de la pared de la panadería y me percato de que ya es la hora de ir a casa, por lo que, despidiéndome de barbara con un beso en su mejilla, me dispongo a marcharme.

ahora mismo estoy colgando el delantal.

respondo a su pregunta mientras lo hago, aunque suspiro con pesar cuando oigo la puerta siendo abierta. odio a los clientes de última hora, ¿acaso no tienen consideración por nosotros? ¿no han tenido otro momento durante tooodo el día para venir a comprar?

la sorpresa que me llevo al ver que se trata de jeno no es descriptible con palabras. se encuentra de pie justo en el centro de la panadería, delante del mostrador, con el ceño fruncido y la barbilla ligeramente alzada.

―¿qué ocurre? ―pido en voz baja, no queriendo que la mujer nos oiga.

―al parecer nada ―responde clavando sus orbes oscuros en mí. ―pero me había parecido oler algo fuera de lo habitual.

Sweet reliefDonde viven las historias. Descúbrelo ahora