XIX. Un cumpleaños, una sorpresa y un mensaje (Parte 3)

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8 de febrero

POV Valentina

Hacía tiempo que Pedri y yo no pasábamos una noche así juntos. Me desperté con su brazo sobre mi espalda. Estaba durmiendo profundamente. Me imaginé en un futuro podría verle todos los días así, dormido por las mañanas. Fui al baño y volví a entrar en la cama. Escuché un leve gemido y la cabeza de Pedri se movió sutilmente hasta apoyarse en mi hombro.

—¿Cómo has dormido vecinita?

—Muy muy bien.

—¿Lo pasaste bien anoche?

—Mucho, estoy deseando de ir a ese viaje.

—Y yo vecinita. ¿Tienes que irte a estudiar?

—Me encantaría quedarme aquí todo el día, pero sí.

—¿Por qué no estudias aquí conmigo? Prometo dejarte espacio.

—Tendría que hablar con mi madre antes.

—Puedes llamarla.

—Es mejor que vaya a verla a casa, así almuerzo con ella y compruebo que esté bien.

Siempre damos por sentado que nuestros padres pueden con todo y siempre están para nosotros, pero la verdad es que en muchas ocasiones necesitan nuestra ayuda, aunque solo sea para sentirse escuchados. Y sé que mi madre lo estaba pasando mal. Se había centrado tanto en el trabajo para evitar el asunto de mi padre. El hecho de que la relación entre ellos se hubiese vuelto intermitente hacía peor las cosas.

—Como quieras, vecinita. Pero si te vas, deberías darte una ducha antes.

Sonreí.

—Sé lo que estás pensando y tendrás que esperar.

—Solo me preocupo por tu higiene, vecinita. ¿Por quién me tomas?

—Como si no te conociese...

—¿Y si te pido que acompañes?

Levantó las cejas y me miraba fijamente de una forma difícil de resistirse.

—Te acompaño a la puerta del baño si quieres.

Nos levantamos y él se quedo en ropa interior.

Me abrazó por detrás y me dejó dos besos en el cuello. Creo que dos más hubiesen bastado para convencerme, pero se frenó al ver que yo no reaccionaba.

—No te voy a obligar si no quieres... Tú te lo pierdes.

Vi un cambio en su mirada.

—¿Pasa algo, vecinito?

—Tranquila, Valentina. Luego nos vemos.

Su tono fue más serio de lo normal. ¿De verdad iba a enfadarse por no querer ducharme con él?

—¿Qué pasa?

Me giré y acaricié su cara. Notaba la tensión en su rostro. No entendía ese cambio repentino.

—Anoche lo pasamos muy bien juntos, creo que hacía tiempo que no estábamos así. Y ha sido despertarnos y parece que todo se haya esfumado. Eso es lo que me pasa.

—Pues no es así, Pedri.

La distancia que ambos impusimos hizo que los dos nos separásemos físicamente.

—Nada cambia que me duche o no contigo ahora.

—Haz lo que quieras.

—¿Me dejas pasar?

No contestó, simplemente impidió que pudiese salir, moviéndose de forma que ocupaba toda la puerta.

—Muy bien, pues te esperaré mientras te duchas.

Cogí y me senté en el mármol del baño. Él seguía sin decir palabra. Solo me miraba fijamente desde la puerta. Creía intuir en su mirada decepción.

—Hay veces que no te reconozco. No quiero ser injusto contigo, sé que estás pasando por mucho y creo que soy comprensivo. Pero sé que hace meses esto hubiera sido iniciativa tuya.

—Estás siendo egoísta. Igual que lo fuiste cuando te enfadaste porque no querías que fuera al cumpleaños. Yo sí que no te reconozco.

—No entiendes nada, Valentina. Vete si quieres.

Se apartó de la puerta y se quedó apoyado en la pared. Ninguno de los dos inició el movimiento. Nuestros ojos estaban clavados en los del otro. Sentía rabia porque se estuviese comportando así, pero a la vez, me daba rabia reconocer que quizá había algo de razón en sus palabras.

Pasaron minutos que parecían horas y finalmente decidí yo dar el primer paso. Me bajé y me planté delante de él. Apartó entonces su mirada. Reaccioné cómo siempre desde que tenía uso de razón, recordé las palabras de Chiara, facta non verba, y lo besé. Primero un beso suave, que no fue correspondido, un segundo en el que Pedri había relajado la postura, y a ese le siguieron otros, que nos llevaron inconscientemente a la ducha. El agua empezó a caer y nuestras bocas seguían unidas. Sentí como la ropa se humedecía, pero él no tenía intención de quitarla. Seguimos besándonos hasta que Pedri cerró el agua.

—Esto es lo único que quería, vecinita. Sentirte de nuevo así de cerca.

Nos abrazamos.

—Sé que lo de tu padre es una cuestión difícil y que no se supera de un día para otro. Y también que tienes que cuidar de tu madre, incluso te ayudaré a hacerlo si te parece bien, pero tienes derecho a hacer tu vida, tu propia vida, más allá de lo que ellos decidan.

Sus palabras se quedaron en mi mente como una especie de mantra. Tenía razón aunque no quisiese admitirlo. Nos duchamos y nos secamos juntos.

Retrasé mi visita en casa por una buena razón y me lleve una buena sorpresa. Mi madre había dejado un mensaje en la mesa de la cocina.

Val, he quedado para comer con unos compañeros del trabajo. Estaré fuera todo el día. Te he dejado pasta en la nevera por si comieses aquí. Tu mesa de mi despacho está ordenada y lista por si quisieses trabajar allí. Llevo el móvil encima.

Baci

Era sin duda una buena noticia que hubiese decidido salir de casa. Llamé a Pedri y se lo conté.

—¿Te apetece venir a mi casa así no tengo que mover los apuntes?

—Preparo algo para comer y voy para allá.

Al final sus palabras iban a ser más ciertas de lo que pensaba. Mi madre había encontrado otros hombros en los que apoyarse y eso me dejaba más tranquila. 

La clave (Pedri González) [Parte 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora