XXIV. Ese atardecer

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12 de febrero

El viaje fue bastante largo, tan largo que me dormí casi todo el trayecto. Pedri me tocó el brazo varias veces hasta que pude abrir los ojos.

—Sí que te has relajado bien, vecinita. Ya hemos llegado.

Bajamos del coche y accedimos por una puerta lateral a un adosado que tenía tres plantas. En la planta baja un enorme recibidor con salida a un jardín con piscina. La segunda que tenía un comedor-cocina, baño y dos habitaciones y en la planta superior la habitación de matrimonio con baño y un jacuzzi que tenía vistas al jardín con piscina.

—Me han dicho que el atardecer desde aquí es muy bonito.

—Mañana lo veremos entonces, vecinito.

Pasó su mano por mi cintura y me besó en la mejilla.

—Ahora es hora de cenar, he pedido que nos dejasen preparada la comida. ¿Prefieres cenar aquí o bajamos al restaurante?

—¿Cenamos aquí? Así puedo deshacer la maleta tranquilamente

—Voy a por ella entonces, vecinita. Siéntete como en casa.

Escuché a Pedri bajar las escaleras y respiré profundamente. Cerré los ojos y agradecí esa sorpresa. Mi vida balanceaba entre la separación de mis padres, mi futuro académico y esta relación era lo único que me mantenía un poco en equilibrio. Coloqué mi ropa en el armario y saqué el pijama que mi madre había escogido por mí. Aproveché para escribirle y avisarle que ya habíamos llegado.

Me senté en la cama esperando a que Pedri subiera de nuevo. No tardó mucho en volver.

—¿Bajamos?

Le seguí y ya había puesto la mesa. Patata asada, focaccia de tomate y tarta de queso.

—He dejado fruta en la nevera por si luego quieres. Mañana puedo bajar a por el desayuno, solo tengo que llamarles desde la habitación.

Grazie mille, vecinito.

Estar en un espacio distinto con él fue como una brisa de aire fresco para mi mente. No existía nada más cuando estábamos los dos y eso me hacía feliz. Cuando terminamos, subimos a la habitación y nos tumbamos en la cama.

—Has hecho que me olvide de la PAU por unas horas, eso es todo un mérito.

—Y lo que queda... ¿te apetece un baño en la piscina?

—¿Estás loco? Hace frío.

—Es climatizada.

—No tengo bikini.

—Yo te he cogido uno, mira.

Abrió su maleta y vi uno de mis bikinis negros.

—¿Cuándo lo cogiste de mi habitación?

—Eso no se dice, vecinita. Lo importante es que lo tienes. Venga, vamos. Te espero allí. Él simplemente bajó, se quitó la ropa y saltó con su boxer a la piscina. Estaba guapísimo. Me cambié y bajé corriendo. Intenté no pensar en el frío y me lancé corriendo a la piscina. El contraste entre el frío y el agua caliente me encantó.

Sentí los brazos de Pedri rodeándome el cuerpo y nos acercamos a una de las paredes. Sus labios no dejaban de tocar mi cuello y el calor fue en aumento.

—¿Sigues pensando que es mala idea?

Negué con la cabeza.

—Siempre que veo una piscina me recuerda a ti.

—Y a mí a ti, vecinito. Para no recordarme.

Sus manos recorrían mi cuerpo y yo no podía moverme. Mi cuerpo estaba ya preparado para él.

La clave (Pedri González) [Parte 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora