XXI. Mala costumbre

267 14 0
                                    

10 de febrero

El resto de la tarde de ayer la recordaba en momentos difusos. Mi cuerpo estaba presente, pero mi mente vagaba en otro espacio-tiempo en el que me repetía a mí misma continuamente que tenía la mala costumbre de confiar en las personas y de perdonarlas. Parecía llevar grabada la palabra "tonta" en la frente. Mi madre me sugirió volver a casa al contarle lo que había pasado. Me refugié en mi habitación. Escuché el timbre y mi madre abrió la puerta, pero nadie subió. No sé si había sido él, pero ahora mismo no quería saber nada. Lo siguiente que recuerdo es mi madre ofreciéndome pizza casera o tarta de limón. Cené en la cama y me volví a acostar.

Lo siguiente fue despertarme esa mañana. No sabía donde había dejado mi móvil. Mi madre tocó a la puerta.

Buon giorno signorina

—Buon giorno

¿Cómo te encuentras?

—Mejor.

—Chiara me ha llamado y me ha pedido que le cojas el teléfono. Quería saber cómo estabas.

—¿Ayer vino a casa?

Mi madre sabía perfectamente a quién me refería y me sonrió.

—Sí, estuve hablando con él.

—¿Qué te dijo?

—Es mejor que lo hables con él, hija.

—Por favor

—Está bien. Él es un personaje mediático y al igual que al resto de famosos se les persigue constantemente para saber de su vida personal. Siempre va a estar en el punto de mira. Al menos hasta que deje de jugar en un equipo influyente. Quizá no entiendas la repercusión que tiene, pero la presión a la que se enfrenta es muy grande.

—Eso lo entiendo, mamá. Pero no puede estar un día diciéndome que voy a asistir con él a un evento y en nada que publiquen esas imágenes. No entiendo a qué juega.

—Las fotografías no significan nada. Sabes que nunca te mentiría y después de hablar con él tengo claro que esa chica lo ha hecho a propósito.

—¿Para qué?

—Pues para generar interés, hacerse famosa, aprovechar el salto...Ya sabes.

Me recosté en la pared y suspiré.

—¿Qué te apetece de desayunar?

—Pizza de ayer si sobró por favor.

—Claro, ahora te la subo. Deberías darte una ducha.

—¿Por qué, huelo mal?

—Porque va a venir en una hora para hablar contigo. No quiero que los dos lo paséis mal. Suficiente mal lo hemos pasado ya.

Grazie mille

Mi madre me dio un beso en la cabeza y salió de la habitación. Ahora tendría una hora para organizar mi cabeza y expresarle todo lo que había sentido. Toda la rabia que sentía parecía haberse calmado con las palabras de mi madre. Había preferido dar su opinión en vez de contarme la versión de Pedri porque sabía que la creería más a ella. Tenía razón, no podíamos actuar como hacíamos siempre. Me vinieron a la mente todos los malos momentos pasados, sobre todo, cuando se enfadó por lo de Gavi. En el fondo de mi mente siempre había algo que me generaba desconfianza. ¿Y si era mi propio miedo?

Me metí a la ducha antes de desayunar y cuando salí me inspeccioné bien la cara. Todo en orden. La llamada a Chiara fue un total acierto, ella me dio su opinión y fuerza para enfrentarme a aquella conversación. Y sonó el timbre de nuevo.

—Estaré en el despacho —grité por la escalera—.

Y me senté en mi mesa, esperando a que él apareciese por la puerta. Tardó más de lo que pensaba. ¿Estaría hablando con mi madre? Escuché los pasos y su cara apareció en el marco de la puerta. Se notaba que no había dormido casi, las ojeras estaban totalmente marcadas.

—¿Puedo pasar?

Asentí con la cabeza. Le acerqué la silla de escritorio de mi madre y la puso en frente de mí.

—Lo siento mucho, Valentina.

—¿Qué sientes?

—Todo lo que ha pasado. Voy a contarte porque ella ha hecho eso y porque eso no debe afectar a nuestra relación.

Callé. Tras varios segundos en silencio, comenzó a hablar de nuevo.

—La cagué vecinita. Confíe en ella como confío en todo el mundo. Le frené siempre que iba a las grabaciones, la he evitado lo que he podido, pero cometí un error.

Abrí los ojos.

—¿A qué te refieres?

—Nos intercambiamos algunos mensajes. Puedes leerlos si quieres. No tonteé con ella. Esas imágenes son del evento, en esa conversación aclaramos las cosas. Solo me pidió un abrazo y de ahí las imágenes.

—¿Te gusta?

—Claro que no.

—¿Y entonces por qué esos mensajes?

—No voy a darte excusas, léelos si quieres.

Dejó el móvil en mi mesa y miré fijamente a la pantalla. ¿De verdad quería hacerlo? En ese momento me vino a la cabeza aquella noche de tormenta en casa de Gavi. Yo me había confundido de verdad y él estaba reconociendo sus errores ahora.

—No me hace falta leerlos, coge tu móvil.

—Entonces eso significa que...

—Vamos a hablar. Reconozco que si mi madre no hubiese hablado conmigo esta mañana, esto no estaría siendo así.

—Me alegra escuchar eso. Ayer hablé con ella, estaba desesperado.

—Quiero solucionar las cosas.

—Por favor, vecinita.

—Creo en lo que me has contado. Tu reacción ha sido sincera y el venir a hablar las cosas también. Pero necesito centrarme en mí. Yo entiendo que todo sería fácil si hiciéramos público lo nuestro, pero dame tiempo. Al menos hasta que vaya a la universidad.

—Te daré el tiempo que necesites, vecinita.

—Sé que a ti te encantaría.

—Sería la única forma de que dejen de especular, pero yo quiero lo que consideres mejor para ti.

—Esperemos entonces.

—Lo siento de verdad, vecinita. Siempre creo que las personas van a ser igual que yo.

—Anda, ven aquí

Nos abrazamos y sentí que hace meses no hubiera reaccionado tan bien a una cosa así. Pero la vida son aprendizajes. Y las personas solo aspiramos a mejorar y hoy los dos nos habíamos abierto. También había aprendido una gran lección. Y era ponerme por delante en cualquier decisión. Y era algo a lo que no pensaba renunciar a partir de ese momento. 

La clave (Pedri González) [Parte 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora